Han pasado 20 días de la decisión unilateral de Rusia de invadir, arbitrariamente, Ucrania, país que en tiempos de la URSS conformaba ese conjunto de “repúblicas socialistas”. Sin razón alguna ni motivo que pueda justificarse Rusia decidió destruir, aniquilar la población con inclusión de niños y bebés de pocos días o meses de vida. Los ucranianos han respondido con lo que pudieron; pero, todo despertó la reacción de países de occidente y, ante la eventualidad de formar parte de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) surgió la posibilidad de que la guerra se extienda y no haya poder que ponga fin a un conflicto que ha despertado resentimiento y ambiciones.
El mundo, con una población mayoritaria que anhela el reinado de la paz y la concordia entre las naciones y se eviten conflictos y guerras, especta cómo toda forma de pacificación se aleja: Rusia, encabezada por su presidente Vladimir Putin, obcecado y arbitrario, busca terminar con Ucrania que, a su vez, no concibe la posibilidad de perder y acudió a la OTAN y toda la comunidad internacional en busca de apoyo. Estados Unidos, Naciones Unidas, la Unión Europea y la mayoría de naciones apoya las demandas de Ucrania y, como es lógico, estaría pendiente de lo que pase mientras especta, sufre y se angustia con más heridos y muertos por las bombas que incesantes, caen sobre diversas ciudades que Rusia las considera sus “enemigas” y aliadas de Ucrania.
Así, en un panorama pleno de conflictos, parecería que todos quieren la paz y lo que hacen o no está en contra de esa posibilidad que se aleja en el día a día. El mundo especta, impertérrito, cómo pasa todo, cuánta gente muere, cuánto se destruye y quien, a su turno, querría que Ucrania se cruce de brazos y firme cualquier pacto de paz. Personajes del mundo, Naciones Unidas y muchas organizaciones se muestran preocupadas pero impasibles ante lo que ocurre y, por supuesto, seguramente estarían pendientes de qué dice la OTAN. ¿Qué hace el Papa Francisco? Parece que se resigna, como todos, a pedir que haya paz y exclama “Dios nos quiere con amor de padre” y el mundo clama: «Si es así, ¿por qué permitir tanta matanza, destrucción y cada día más batallas a costa de la vida de bebés, niños, ancianos, mujeres embarazadas, jóvenes y gentes de toda edad que sí quieren la paz, la buscan, la anhelan y no quieren vivir de promesas de políticos sin conciencia que solamente están para satisfacer intereses y conveniencias creados?».
Así, sin desmedro alguno, en un océano de hechos cruentos, de sangre, dolor y muerte, surgen los que de todos modos “siembran la discordia y empujan a todos a consumirlo todo en las fauces del odio” y piden que la OTAN intervenga, actúe no solo como un simple actor sino como factor decisorio sin importar cuál será el caudal de sangre y qué mayores desgracias se causará al mundo; pero, piden la vida de los demás haciendo abstracción de que ellos, por incitadores de la maldad y la destrucción se convertirán en víctimas también en manos de los que anidan odio en sus mentes y en sus corazones. ¿Qué puede hacer la OTAN? Sembrar más odio, resentimientos y razones sin razón para acrecentar batallas que nadie ganará, porque toda guerra se consume en las llamas de lo que ella encendió y acrecentó.
La OTAN y organizaciones mundiales no pueden decidir el mañana y debe ser decisión y obra de los mismos Gobiernos y naciones que promovieron la guerra; tendrán que hacerlo tan solo apelando a su propia conciencia según decisión de Dios; pero, de lo que se debe tener certeza es que ni la OTAN ni organización mundial alguna tienen que resolver lo que no es de su competencia.
Importante sería que haya el convencimiento de que ninguna organización y mucho menos las guerras pueden definir el futuro del mundo sino la decisión, voluntad y conciencia de un mundo que se debe al Creador y a los hombres de todas las generaciones encargados y responsables de la paz y la concordia entre hombres y naciones.
Y, como explicación final de esta nota, correspondería no sólo de ir sino gritar… ¿Y ahora? El pueblo de Ucrania empieza a padecer los rigores del hambre porque faltan alimentos e insumos y, entretanto, ¿qué hace el mundo?, azorado es simple espectador porque no encuentra forma de contener a los rusos que, atenidos a la impotencia de Occidente, está seguro de amenazar hasta con agravar la guerra porque atacar a Rusia no puede a riesgo de abrir las brechas de una incógnita que podría terminar en tragedia.
¿Por qué las guerras deben decidir el futuro del mundo?
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