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Biografía de don Eduardo Abaroa

(Escrita por el coronel chileno B. Villagrán V.)

El valor individual se conoce sólo cuando es llegado el momento de la prueba; lo mismo sucede en el patriotismo. En la guerra actual del Perú y Bolivia contra Chile, se han distinguido ya algunos por su coraje y valor en los combates, por la entereza y energía para hacerse obedecer y respetar. Muchos se han sacrificado por su patria. A unos y otros todos los conocen por las relaciones hechas en las publicaciones dadas a luz. Pero todavía yace en la oscuridad y aún en el olvido el nombre de don Eduardo Abaroa, muerto en el combate de Calama, el 23 de marzo de 1879.
Admirador del hombre que sabe cumplir con su deber, sucumbiendo con heroísmo en defensa de su Patria, admirador del qué, como Eduardo Abaroa, jura morir antes que fugar a la vista del enemigo, es por lo que trazo estas cortas líneas, dando a conocer al que verdaderamente se ha portado como boliviano.
En 1838 existían en San Pedro de Atacama los esposos don Juan Abaroa y doña Benita Hidalgo. Ambos eran muy queridos y respetados. El 13 de octubre de ese año tuvieron un hijo y éste fue don Eduardo.
Fue bautizado por el cura párroco de ese pueblo Cisterna, y sirviéndole de padrinos don Gaspar Aramayo y doña Ventura Tejerina, bolivianos.
En la actualidad, ni padres, cura, padrinos ni ahijado existen.
El niño Eduardo vino al mundo cuando Chile lanzaba de su suelo legiones de guerreros para echar por tierra la Confederación Perú- Boliviana, que se había formado con el objetivo de amenazar su tranquilidad, progreso y bienestar.
Rara coincidencia. Nació cuando su nación peleaba contra Chile y murió en manos de chilenos.
En el pueblo de su nacimiento recibió su educación y desde niño mostró ser de un carácter pacífico, pero enérgico; su moderación en sus acciones, su afición y concentración en el estudio, sus buenos modales y maneras cultas le grajearon el aprecio y cariño de sus condiscípulos y del argentino Ramón Leguizamón y del caballero español Irrazabal, que fueron sus profesores.
En poco tiempo aprendió cuanto puede aprenderse en escuelas de provincias; pero el buscó quien le enseñara la teneduría de libros, en la que hizo rápidos progresos, aprendiéndola con perfección.
Ya hombre, su pueblo natal le honró varias veces nombrándolo miembro del Consejo Municipal, donde su amor a la justicia y al orden, su interés por el progreso moral y material de la Provincia, lo hizo presentar al Consejo y llevar a cabo varios proyectos de adelanto. Mucho le debe la provincia de San Pedro de Atacama.
Conociendo el gobierno de Bolivia en el señor Abaroa, que era digno de mandar un espacio de territorio, por su vasta inteligencia y acendrado patriotismo, en diversas ocasiones lo nombró Sub-prefecto de la provincia donde había nacido. Mas, don Eduardo Abaroa dio siempre excusas legales, renunciando el honroso cargo que se le quería conferir.
Le gustaba más, por estar en armonía con su carácter, la vida privada.
Cuando la ocupación de Antofagasta por las fuerzas chilenas, se encontraba en Calama y como estaba en la persuasión de que Chile trataría de posesionarse de ese punto, fue uno de los que más trabajó por la organización de la defensa.
No envestía carácter militar, pero era boliviano y sobre todo buen patriota.
Algunas personas trataron de disuadirlo de su empresa y le aconsejaban se retirara al interior de Bolivia, pero él contestaba a esas exigencias: “Soy boliviano y lo que voy a defender es también territorio boliviano, prefiero morir antes que huir cobardemente”.
Llega el 23 de marzo de 1879 y el señor Abaroa se aposta con otros en el Topater para resistir al ejército chileno, que avanzaba como a las 7 de la mañana en son de ataque.
En medio del nutrido fuego aviva a los suyos y les exhorta a la resistencia, dándoles el ejemplo. Todo inútilmente, la derrota se ha pronunciado en las filas bolivianas, más, él siempre firme en su puesto. Esta herido de bala, pero no se acobarda hasta que otra le atraviesa el cuerpo, y cae moribundo regando con su sangre la tierra que había jurado defender.
Ha muerto a las ocho y media de la mañana, a la edad de 40 años, 5 meses y 10 días. A las seis de la tarde de ese mismo día ya estaba sepultado en el Cementerio de Calama.
Dejó a la viuda, la señora Irene Rivero, con cinco hijos de tierna edad, llamados: Amalia, Andrónico, Eugenio y Eduardo Segundo Abaroa.
Las autoridades de Calama han hecho cumplida memoria de don Eduardo Abaroa, entréganosle a la viuda todos los bienes que poseía en Calama, de los que ya está en posesión.
También ha querido conmemorar su nombre, llamando “Abaroa” al puente sobre el río Loa, que es por donde va el camino de Calama á Caracoles.
El hombre valiente y que como tal muere defendiendo su patria, puede ser olvidado por poco tiempo, pero después revive y los pueblos agradecen su sacrificio.

Chiu- Chiu, junio 11 de 1880
(Firmado) B. Villagrán V

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