domingo, marzo 9, 2025
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Puntos de vista del ser y el valor de las naciones

La dicotomía filosófica del ser y el deber ser nos plantea el mundo “del ser y de los valores”. ¿Cuál de ellos es anterior y por consiguiente fundante? Es un problema arduo. Es claro que el mundo del ser no es lo que “debe ser”. Así diferenciados, surge el tema de si el valor precede al ser, a nuestra realidad circundante. Esto se asocia al ser de las naciones y de los pueblos. Aparece implícito que una cosa es el ideal y otro la realidad.
En muchos sentidos la nación es también la Patria. Desde un punto de vista positivista el ser está por encima de los valores. Este miraje es, a la vez, ontológico en cuanto estima el territorio y la población como el “ser” precedente. Pero esto es discutible y se piensa que “el ser empieza con la asociación de un valor universal o de un complejo de valores”. La nación sería una suerte de “encarnación” del valor. El espíritu sería el germen inicial y también origen de la nación. “El valor es anterior al ser”. Ramiro de Maeztu dice que no pretende resolver el problema de si el ser de las naciones genera su valor o si es el valor “lo que crea y conserva su existencia”. La generalidad de personas, ve la nación bajo el mencionado prisma ontológico más los valores culturales. Esto último, lo cultural, en su variedad y especialidad se centra en los hombres mejor cultivados. Vale la pena reiterar que el punto focal de la temática gira en torno al valor y al ser.
A lo anterior se suma el aspecto de que los habitantes de una misma nacionalidad deben compenetrarse “con su gente y el alma de su gente”, más que con la mentalidad y las gentes de otras naciones. Esto no es sólo una exigencia nacional sino un espíritu de unidad y cohesión. Los países nórdicos anteponen el factor racial al territorial, mientras que los latinos aprecian el territorio como lo fundamental. Lo territorial no ha de confundirse necesariamente con lo telúrico: las montañas, el campo y los elementos físicos de la tierra. La deificación religiosa de lo cósmico anida en determinados pueblos como el aimara.
Volvemos al tema central para decir con los espiritualistas que una nación antes de ser es valor y por tanto espíritu. Una nación y su Estado es un patrimonio espiritual que cobra materialidad en los individuos. La espiritualidad se expresa también en las obras de arte. Algunas son los monumentos, esculturas, pinturas; también las diversas construcciones. Además, el patrimonio espiritual materializado invisible se constituye por el idioma, la música, la literatura, la tradición, las costumbres. Estas manifestaciones, al mismo tiempo, se convierten en valor universal.
Según Ernesto Renán la patria se funda en la voluntad de sus hombres y es un “plebiscito cotidiano”. El alemán Max Scheller –en oposición a Renán– sostiene que “la nación es una persona colectiva espiritual”. Cobra sentido en las familias, los pueblos, las asociaciones, etc. Scheller imagina un alma colectiva, empero, no arriba cual Renán a dotarla de conciencia propia. El alemán asumiría un “misticismo colectivista”. A estas corrientes pertenece también en cierto sentido el Wolsgeist de los pueblos o “el espíritu nacional”. Federico C. de Savigný es uno de sus cultores, así nos lo hace conocer Henri Lévy Bruhl. Según Maeztu “no hay almas colectivas, no hay conciencias colectivas”, pero las colectividades poseen sustancialmente valores colectivos, cuya conservación recae en los individuos, las familias y los pueblos.
El pensador español del Siglo XX, emplea empeño en la afirmación de su posición espiritual-valorativa, al parecer precursora, además de finalista y teleológica. Si bien, debe compartir sus ideales con otros exponentes tradicionalistas de los años 30. Bajo esa mira sublima el valor como base sustantiva de su edificación teórica y por ello nos trae una cita de Maeterling: los hombres igual que “las montañas sólo se unen por lo bajo. Lo más elevado que poseen se eleva solitario al infinito”.
Lo heterogéneo de un pueblo sin unidad de lenguaje, ni identidad de ideales y falto de otras condiciones necesarias corre el riesgo de ser absorbido y anexado a una nación distinta. Las naciones se engrandecen por sucesivas acumulaciones de aportes colectivos positivos y se demeritan por acciones individuales nocivas. El ser de un país nace en el bien y en éste debe sostenerse. Los actos de justicia lo fortalecen y las injusticias la debilitan. Ángel Ganivet dijo en cuanto al amor a la nación, “con la patria se está con razón o sin razón, como se está con el padre y la madre”. Pese a ello, paternidad y maternidad, deben implicar conducta digna.
Maeztu advierte que hay naciones más merecedoras de nuestro afecto y sacrificio que otras, y señala la cultura –dependiendo de su dirección– como el factor multiplicador de los vínculos nacionales y del patriotismo. Resalta, entonces, la necesidad de compenetrarse de la historia de la nación sin retaceos ni saltos ubicuos, analizándola en tiempo y espacio con sentido crítico pero prudente. No son pocos los que se sienten bolivianos en la medida que el Estado sustente su vida y dote a ésta de beneficios, a veces inmerecidos.
loza_ramiro@hotmail.com

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