Parte II
Nadie tiene más CULTura que alguien que se dedica a CULTivar. Porque la verdadera cultura, como sinónimo de conocimiento, es entender cómo se comporta la naturaleza. La naturaleza tiene unos ciclos, pero los ciclos no son exactos según un calendario ni un mercado. En el sector primario, el más cercano al medio ambiente, el conocimiento de la naturaleza es clave para tomar la decisión más acertada en el rendimiento de la producción. O incluso para no perder todo lo invertido.
Determinados trabajos se presupone de baja cualificación y es por ello, supongo, que la idea de ser de pueblo se asocia a la del jornalero arrastrado con un trabajo indigno o que no tiene un mínimo de cultura. Además, son trabajos desarrollados casi siempre al aire libre, lo que curte el cuerpo, aunque no se piensa que estar 12 horas sentado también lo curte, pero por dentro. Además, hay algo importante, son trabajos que casi siempre se realizan todos los días de la semana, muchas veces, como en el caso de la ganadería, en alerta durante 24 horas. Son trabajos directamente relacionados con la naturaleza, dependen de factores incontrolables, pero sí observables, que afectan de manera continua; una luna llena, una sequía o una nevada en el mes de mayo.
Culturalmente los núcleos de población rural son un elemento integrador que no podemos ignorar. Por ser entornos pequeños de una gran cercanía entre personas y generaciones, son fuente de creación y propagación de tradición y cultura. Algo esencial en la necesidad del ser humano de integrarse con el entorno y con su verdadero ser.
Los montes, los bosques, los cultivos, las montañas, las rocas donde no hay vegetación; flora y fauna, todo lo que compone el medio ambiente forma parte del escenario donde vivimos los humanos. Cuidarlo es una tarea egoísta para cuidarnos a nosotros mismos, y por ello estoy concienciada de la necesidad de transitar hacia un modelo económico más sostenible. Pero la palabra sostenibilidad no puede alejarnos del foco, el planeta es el escenario donde actuamos, pero el objetivo mismo es mantener el escenario sin dejar de actuar. No podemos hablar de sostenibilidad si no hay bienestar. Por este motivo, para entender cuál es la mejor manera de transitar hacia «lo sostenible», lo primero que se ha de hacer desde las instituciones es entender la forma de vida de las personas, y por extensión las posibles consecuencias y externalidades de los cambios que se lleven a cabo. Pero las externalidades no pueden ser sólo las obvias. Valorar el impacto social es tan importante como valorar el medioambiental y también hacerlo con ambas variables juntas. Todo forma la idiosincrasia de las culturas. Es llamativo que se hable de cooperación al desarrollo en África y no se haga en los mismos pueblos de España.
Las tradiciones, la historia, la demografía, la economía, la orografía… muchísimas variables para un resultado que es difícil predecir correctamente in situ, pero imposible hacerlo desde un despacho.
¿Por qué se ha de urbanizar lo rural más allá de la mejora en la calidad de vida? Tal vez se deba plantear la opción de ruralizar lo urbano y volver a lo sencillo, a lo esencial. En este proceso de cambio de modelo económico en el que nos encontramos, la transición puede convertirse en el propio modelo de sostenibilidad, un modelo de cambio que requiera un proceso constante de valoración de la realidad.
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