viernes, septiembre 27, 2024
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Marionetas bajo hilos negros

Los relatos políticos polarizados que desde los conflictos de 2019 se han ido tejiendo no son convincentes para nadie que posea un espíritu analítico y crítico. Hay relatos de toda clase, desde los callejeros, coreados en las marchas, hasta los académicos, patrocinados por instituciones de prestigio e impresos después en libros. Los medios de comunicación los amplifican según su conveniencia, vendiendo información sesgada o directamente falsa, y lo que ocurre con las personas que consumen esa información son dos cosas: 1) o creen ingenuamente todo lo que el relato construye o 2) afianzan más sus prejuicios y cegueras políticos.
Desde noviembre de 2019 hasta el día de hoy ya se ha publicado un sinfín de artículos de prensa, separatas, crónicas, documentales, fotografías y otro tipo de publicaciones, todos referidos al supuesto golpe de Estado o al supuesto fraude electoral. Todas esas publicaciones, incluso las que se precian de ser académicas, están impulsadas por el fervor o la pasión del momento y nada han corroborado científicamente. Esto es natural, pues, en términos historiográficos, el tiempo transcurrido desde aquellos sucesos hasta el presente es todavía muy escaso; ergo, los ánimos siguen muy exacerbados y algunas fuentes de información histórica siguen siendo cajas negras.
Si uno echa una mirada a la historia de la prensa boliviana desde el Siglo XIX, al cabo de cada revolución, cuartelazo, motín o derrocamiento existía un aparato mediático —ora burdo, ora pulcro— que intentaba legitimar al ganador o al bando vencedor y posicionarlo como “el bueno”. Generalmente solo uno de los dos bandos contaba con un aparato mediático lo suficientemente grande para instalar un relato más o menos convincente, el cual a la larga se oficializaba como verdadero. Sin embargo, lo que ocurre el día de hoy es que los aparatos mediáticos del relato del golpe de Estado, por una parte, y del fraude electoral, por otra, son más o menos homogéneos cuantitativamente hablando y, en consecuencia, están en una pugna de nunca acabar.
Pero la historia no está hecha ni solo por ángeles ni solo por demonios. Toda realidad sociopolítica o económica, tanto del pasado como del presente, es demasiado compleja como para ser dividida en blanco y negro o en izquierdas y derechas. Ella siempre conlleva tonos grises y posiciones intermedias. Por ello, se debería saber que el supuesto golpe de Estado y el supuesto fraude electoral no son circunstancias excluyentes la una de la otra: ambas podrían haber sido o no haber sido. Los políticos no entenderán esto que digo, es por eso que me dirijo a la opinión pública y la academia, pues ellas deben entender que los sucesos de noviembre no están claros, y probablemente no lo estén todavía dentro de los próximos 30 años, cantidad de tiempo que la ciencia de la historia aconseja esperar para la investigación y posterior develación de los hechos del pretérito.
La labor de los llamados analistas políticos —tanto en radio, prensa y televisión— tampoco ha sido muy edificante durante todo este tiempo; de hecho, ellos siempre se han decantado por una posición política, cuando no han sido impulsados por intereses relativamente oscuros. Y cayeron en la misma simplificación dicotómica en la que podría caer cualquier badulaque sin sentido crítico.
La caída de Evo y la posterior asunción a la Presidencia de Jeanine Añez es, a mi modesto entender, uno de los sucesos más complejos que la historia boliviana registra. No comienza con las elecciones fallidas sino mucho antes y puede ser analizado desde perspectivas sociológicas, jurídicas, económicas y políticas, en los más amplios sentidos de tales categorías. Tan complejo como fueron la Revolución Nacional de 1952 o la Guerra Federal, hechos que a su vez contienen otras historias que la historia oficial no ha reconocido.

El autor es profesor universitario.

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