El Tratado de Versalles y la Conferencia de Yalta no habían cumplido con los objetivos que en apariencia tenían. Especialmente del segundo “acuerdo”, fue la URSS la que finalmente sacó los mayores réditos. Pero esas son etapas superadas, porque en la historia de la humanidad, trama en que las ambiciones casi siempre superaron a los anhelos de los más débiles, no han faltado almas generosas acompañadas de mentes diáfanas que han buscado equilibrar la perfidia de los poderosos.
Como alguna vez lo sostuve en similar espacio periodístico, y salvando las distancias del avance tecnológico y las diferencias económicas de uno y otro tiempo respecto a los prolegómenos de la primera y segunda guerra mundiales traducidos en intereses territoriales e ideológicos respectivamente, hoy Europa se halla atravesando una crisis de dimensiones gigantes y de derechos inventados que intuitivamente quiso evitar en conmovedor discurso pronunciado el 9 de mayo de 1950 el ministro de Asuntos Exteriores francés Robert Schuman.
Pero volvamos a lo que desde hace algunos meses sucede en Europa. La invasión rusa a territorio ucraniano, que es el desafío a cualquier principio de soberanía y de autodeterminación de los pueblos, ha puesto en jaque a la comunidad mundial y en situación verdaderamente difícil al modesto pueblo eslavo, cuyo presidente desde hace varias semanas, y ante el previsible rebasamiento de las fuerzas invasoras, ha clamado una ayuda más frontal y efectiva para la defensa de su territorio. Claro, las declaraciones de las potencias europeas y no alineadas a Rusia han hecho de su asistencia mucho más en el discurso que en los hechos. El presidente Joe Biden ha pedido al Congreso de su país aprobación de la friolera de USD 33.000 millones, sin contar la previa ayuda.
Empero, la crisis de Europa oriental no se limita a los confines, economía y seguridad de los territorios y pueblos en conflicto. Ni siquiera está exento de las devastadoras consecuencias de la conflagración el conjunto del continente europeo. Tampoco queda eximido de graves secuelas económicas el gigante americano.
Entre las bajas de ambos países ya se puede contar varios miles de muertes, pero también se han establecido crímenes de guerra que la historia y la justicia en algún momento tendrán que cobrar. Esos son los resultados parciales de un enfrentamiento que parece no importar mucho a quienes dirigen desde la comodidad de un escritorio a sus soldados, los cuales no siempre están convencidos de sus propias acciones.
En cualquier caso, lo que sí importa a todos son los perjuicios económicos que ya se están produciendo en varios países de Europa. El incremento de los precios de los carburantes en el mundo, la suspensión de importaciones y exportaciones en muchos países europeos, la desautorización de uno y otro lado para el uso de espacios aéreos y todo eso que es parte de los daños que el mundo en general ya sufre, pero que Europa en particular con más intensidad padece, es solo el comienzo de una recesión económica como la que sucedió a la Gran Guerra.
“La paz mundial no puede salvaguardarse sin unos esfuerzos creadores equiparables a los peligros que la amenazan”, en su momento sentenció quien es uno de los padres de lo que hoy es la Unión Europea. El gran diplomático francés, con una visión retrospectiva hacia 1914 hasta el final de la Guerra Fría inclusive y previsora de lo que más de un siglo después todavía amenaza, había fundado esa iniciativa que luego materializó en el Tratado de París, cuya filosofía fue preservar la paz mundial.
Este 9 de mayo se conmemora el Día de Europa, en homenaje a ese hito que hizo comprometerse a sus pioneros a la defensa de ese valor y que hoy agrupa a gran parte de Europa, que debe, en honor a esa unidad proclamada por Schuman, llevar adelante esfuerzos denodados no solo para evitar más catástrofes, sino para asegurar el futuro del continente.
El autor es jurista y escritor.