domingo, septiembre 1, 2024
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El niño es eso, simplemente un niño

Los adultos no podemos comprender al niño (o la niña) si no somos capaces de colocarnos desde su punto de vista interior para ver las cosas como él nos ve; solo con un grado elevado de empatía lo comprendemos y aceptamos incondicionalmente.
El niño o niña dispone de naturaleza sociable, está concebido para la convivencia, es capaz de asumir su responsabilidad como miembro de la sociedad y capaz de aportar a esta su originalidad, que no debe confundirse con egoísmos caprichosos. Partiendo de esta base, y sabiendo que cuando nace el niño o la niña desconoce las normas y pautas de comportamiento de su grupo social, los padres, las madres y los educadores debemos ser facilitadores de experiencias y relaciones que estimulen su progresiva madurez social.
Si educamos al niño o la niña para la vida en sociedad, debemos reflexionar sobre el tipo de sociedad en la que va a desenvolverse, sus normas, pautas y valores, además de las pequeñas sutilezas implícitas en las relaciones positivas. Determinando esta sociedad, sabremos el tipo de hombre o mujer que debemos promover y potenciar, pero siempre respetando su individualidad. No podemos imponer a los niños y niñas las pautas de comportamiento de los adultos, pretendiendo que actúen como “hombres y mujeres con tamaño reducido”.
La autoridad y la firmeza son necesarias para promover valores y capacidades. Es la actitud que facilita la interiorización de normas de conducta. La autoridad bien ejercida tiene el objetivo de alcanzar la progresiva madurez y responsabilidad de los niños y niñas. La autoridad no debe ser confundida con el autoritarismo que reprime la iniciativa, impide el desarrollo de los recursos internos y convierte al niño o la niña en conformista que acata los criterios de los demás, o en continuo rebelde.
En el hogar hay que mantener la disciplina. Aunque este valor está desprestigiado, es imprescindible para establecer y conservar el orden, adaptando la conducta de los niños y niñas a las normas y restricciones que impone la convivencia en sociedad. Los padres, las madres podemos y debemos fomentar la autoestima elevada en nuestros niños y niñas. Con intuición y habilidad de empatizar comprenderemos sinceramente desde su mundo interior los sentimientos y las emociones, cuidando de no lesionar la opinión que sobre sí mismos comienzan a forjar.
Esta pequeña muestra de actitudes puede resumirse en el deseo de crear un clima afectivo y de seguridad para los niños y niñas. Esto solo se puede conseguir cuando sentimos valoración y sincero aprecio por los niños y niñas simplemente porque existen, porque cada uno es un ser especial al que queremos, con independencia de que aprobemos o no lo que hace.
Si conseguimos que cada niño o niña se sienta apreciado por cómo es no por cómo nos gustaría que fuese, si valoramos la cantidad y calidad de tiempo que les dedicamos en exclusiva, con atención concentrada y abierta a sus cualidades individuales. Sobre todo, cuando el niño o la niña sienten que le decimos “me interesas y te quiero”.
Por casualidad, ¿es usted de las personas que dedica el tiempo necesario a sus hijos?

El autor es Licenciado en Ciencias
Pedagógicas.

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