viernes, septiembre 27, 2024
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El mundo sería diferente

El mundo sería diferente si algunos hombres de Estado fueran menos tozudos y supieran escuchar al pueblo. Si supieran controlar sus enfados y no dar rienda suelta a sus tropelías. Si supieran despojarse de su soberbia y actuaran con humildad. Si supieran buscar unidad y desechar la confrontación. Si supieran deponer el revanchismo y asumir la reconciliación. Si supieran liberar a presos políticos y decidir amnistía para los perseguidos. Si supieran restañar heridas y no permitir que ellas sangren. Entonces pasarían a la historia como sabios, constructores y previsores. De veras que soñar nada cuesta.
Pero, desgraciadamente, en el mundo que vivimos no se vislumbra esas posibilidades de cambio. Un mundo caótico, “enguerrillado” y plagado de intereses sectarios, lo que imposibilita llegar a un buen puerto. Un mundo donde, como se ve a diario, es recurrente la venganza de los políticos, torpes. Donde se denuncia, inclusive, como traidores, a sus compinches, contestatarios. Donde se utiliza el Poder, absoluto, para pisar y pasar. Donde la falacia y la calumnia son manipuladas, maliciosamente, para silenciar a quienes piensan diferente. Donde los inocentes, o quienes defienden sus ideas, son encerrados en cárceles. Donde los presos políticos mueren, a raíz de los excesos y las injusticias.
Estas actitudes son flagrantes vulneraciones a los derechos humanos. Han pasado los años y las cosas no han cambiado. Atentados que se ha cometido, por lo visto, como en las dictaduras militares a las que tanto se han combatido, con el objeto de recuperar las libertades democráticas. El secretario general de la ONU, Javier Pérez de Cuellar, ya hizo notar esas falencias, el 16 de septiembre de 1990, en Nueva York, reiterando: “Sin embargo, los alentadores avances registrados el último año en la esfera de la democracia y los derechos humanos no pueden hacernos olvidar la despiadada realidad del mundo en que vivimos. Casi no pasa un día sin nuevas noticias de torturas, asesinatos, desapariciones de personas, disparos contra manifestantes inermes, represión violenta de disidentes, discriminación y violaciones que demuestran a las claras la enorme distancia que media entre nuestros instrumentos jurídicos y las condiciones en que están condenados a vivir muchos de nuestros semejantes”. Esa realidad, de hace más de 30 años, parece que se repite ahora, con todas sus secuelas. Es lamentable.
Los hombres de Estado que incurrieron en tales arbitrariedades son figuras políticas muy conocidas y, por tanto, muy controvertidas, en la actualidad. No es necesario nombrarlos, ni referirnos a sus países de origen. Sólo mencionarlos provocaría acalorados debates. Enardecería los ánimos de quienes los apoyan y de quienes los rechazan. Obviamente que tienen defensores y detractores. Se advierten, en ese marco, señales de respaldo de los primeros y señales de duras críticas de los segundos. Entre sus defensores se inscriben, incluso, ex dignatarios de Estado. Algunos los consideran como libertadores y otros como dictadores.
En suma: tendríamos que esforzarnos por construir un mundo diferente, en bien de quienes vienen detrás de nosotros. ¡Ojalá fuera así!

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