El intríngulis sobre la producción de maíz amarillo duro en el Oriente boliviano utilizado para alimentar las aves, cerdos y vacas lecheras que nos prodigan carnes y lácteos, como parte fundamental de la canasta básica que consume la población, persiste. De la normal provisión de maíz al sector pecuario depende que la oferta de carne de pollo y de cerdo, leche, huevos, queso, etc., sea normal en cuanto a precios y cantidades, sin embargo, el problema es que el precio del maíz se ha incrementado.
Del lado de los productores está la reiterada advertencia, desde febrero pasado, de que el impacto de la sequía sobre los cultivos de maíz determinará un rendimiento mucho menor al esperado, lo que provocará un severo déficit. Por el contrario, los técnicos del gobierno habrían informado a sus autoridades que todo está bien y que habrá un “superávit” este año.
Naturalmente, con tan divergentes opiniones, solo una está en lo correcto y el tiempo dirá quién dijo la verdad y quién no. Si el gobierno estaba en lo cierto, entonces los productores del agro no saben hacer números; sin embargo, habrá un lío si es que los productores no estaban equivocados, ya que en pocos meses más el problema adquirirá rostro de carne de pollo y de cerdo, de huevo y de lácteos, y el ciudadano de a pie será quien pague las consecuencias.
En medio de tanta confusión surge otra controversia, la del maíz transgénico, en cuanto a su importación desde Argentina, el contrabando del mismo y su cultivo con semillas “piratas” desde hace años, como afirman los pequeños productores del Norte Integrado y del Área de Expansión al Este de Santa Cruz.
Y, para poner el cherry sobre la torta, se publica un artículo titulado “¿Por qué debemos cuidarnos del maíz transgénico?” (Página Siete, 5.06.2022), con los miedos de siempre, anclado en el pasado, pese a que la ciencia ha dado por superado dicho debate al respaldar las bondades de su cultivo, por su seguridad, su amigabilidad con el medio ambiente y el gran beneficio para los productores, principalmente, para los pequeños.
Por críticas fuera de lugar, no se queda corto el artículo, pero sí, a la hora de soluciones viables… Bueno hubiera sido que, frente a la escasez del maíz amarillo duro propusiera algo viable y no solo impracticables buenos deseos, como eso de las “77 razas” que, en verdad, no hay, o… ¿dónde está el “maíz orgánico” baratito para alimentar a los pollitos, chanchitos y vaquitas, sin que haga subir el precio de las carnes y los lácteos para no afectar la economía popular? ¡No hay!
Veamos más preocupaciones del artículo: no introducir semillas transgénicas al país (cuando ya están acá); los “severos” impactos socioambientales (cuando la producción convencional contamina mucho más); no usar semillas transgénicas para agrocombustibles (sin decir, cómo ahorrar más de 2.000 millones de dólares/año por importación de diésel y gasolina), ignorando, además, que mientras más biocombustibles se produzca más proteína animal se generará con los residuos; y, lo de preservar la naturaleza, pese a que la agricultura de precisión precisamente coadyuva a eso con el menor uso de plaguicidas y combustibles fósiles contaminantes.
Felizmente, una gran experta en la temática –María Mercedes Roca, PhD en Biotecnología– analizó el artículo y rebatió magistralmente lo dicho, en una nota escrita al efecto («Transgénicos en Bolivia: historias del activismo internacional», Página Siete, 12.06.2022).
Como un “paquetazo ideológico anti- transgénico, que revela una actitud anti-globalización, anti-industralización, anti-corporaciones transnacionales, y anti-agronegocio, como si vender productos de la agricultura y generar ingreso para los agricultores fuera dañino o poco ético”, calificó el artículo la Dra. Roca, dando luego una “Cátedra Express” sobre biotecnología y transgénesis, quedándome con esta aclaración a la machacona arenga sobre la posible contaminación genética por el maíz transgénico:
“Siguiendo los principios biológicos y el sentido común, la transferencia de un transgen de tolerancia a la sequía, a insectos, o a un herbicida, de una planta transgénica a una variedad criolla o nativa, lejos de contaminarla, le conferiría una ventaja biológica, convirtiendo a la variedad criolla en tolerante a la sequía, al ataque del cogollero, y al uso de herbicidas”. El que sabe, sabe ¿verdad? Lea la nota completa: https://www.paginasiete.bo/opinion/columnistas/transgenicos-en-bolivia-historias-del-activismo-internacional-XN2825642
El autor es Economista y Magíster en Comercio Internacional.