Como en el último congreso de universidades realizado en Potosí este año (el XIII), se puede escribir solazados por las glorias del pasado y, a través de ello, encubrir y negar la cruda realidad que sumerge a las casas de estudios superiores en una profunda crisis. A diferencia de aquello y de los escritos de algún ex-docente periodista extraviado que, además, se autonombra como revolucionario, mi intención central es buscar la esencia explicativa del fenómeno, así como escudriñar ligazones y tendencias en este proceso. Sin embargo, por limitaciones de espacio para este artículo, no podré hacer referencias bibliográficas ni abundar demasiado en las explicaciones de cada elemento constitutivo de esta problemática.
La universidad, como todo fenómeno social, es también un campo de batalla de la lucha de clases. La autonomía y el cogobierno, ambas conquistas del movimiento estudiantil. La autonomía que data en Bolivia de 1928-1931, como eco propio del manifiesto liminar de Córdova de la década anterior, buscaba emancipar a las universidades del yugo opresor del gobierno central y de la influencia de la iglesia católica y el cogobierno paritario 20 años más tarde (1952-1955), fruto de la necesidad de superar el carácter elitista de las universidades, e incluir en sus aulas a indígenas y mujeres principalmente.
Más adelante, alrededor de 1970, las tendencias políticas revolucionarias socialistas darán un contenido histórico a estas bases reformistas y, otra vez los estudiantes, como protagonistas, arrebatarán esta parte de la superestructura de manos de la burguesía y la pondrán al servicio de los intereses históricos del proletariado. El poder estudiantil es, en esencia, la aplicación de esta estrategia revolucionaria en el interior de la universidad y su destrucción, por las dictaduras militares de Banzer primero y García Meza luego, equivalió a liquidar esta estrategia, dejando sin efecto la autonomía, el cogobierno y la propia producción de conocimiento.
La restauración de la democracia formal en el país en 1982, dará aires de liberación momentánea a la universidad, pero desde 1985 el neoliberalismo terminará por liquidar la esencia y contenido de la autonomía, cogobierno y de la propia democracia interna.
El neoliberalismo quitó el alma a la universidad boliviana y la puso a expensas de la ideología de la clase dominante: El individualismo, el tecnocratismo, es propicio para la fábrica ya no profesionales, sino de robots dispuestos cada vez más a vender su fuerza de trabajo calificada a malbarato. Lejos de la crítica, de la reflexión y del compromiso militante, el joven universitario vive un cretinismo académico que permite a dirigentes y autoridades adueñarse del aparato burocrático para convertir a la universidad en su hacienda.
La autonomía no es un fin en sí mismo, es un instrumento político y puede ser utilizado como lo contrario: la expresión del atraso, del conservadurismo y la dictadura del régimen. La autonomía en este sentido es lo que viven las universidades, el MAS, actual expresión política de la clase dominante burguesa y que suma a la vieja burguesía nativa comercial intermediaria, una nueva burguesía: cocalera-cocainera, contrabandista y traficante de tierras que, al ser más lumpen que la primera, para gobernar sin modificar el régimen tiene que ocupar todos los espacios de poder y de representación, incluida la universidad.
El régimen en descomposición se aferra al poder a través de dinosaurios y burócratas sin principios, que asaltan cargos en la universidad y se vuelven aliados naturales y serviles al poder central, para tapar sus fechorías. Se ha vuelto moneda común el cuoteo de puestos de trabajo, corrupción, manejo irregular de los recursos, extorsión, abuso de poder, hasta abusos sexuales, discriminación y autoritarismo. Se organizan pandillas, conocidas en el interior de las universidades como grupos de choque, que se mueven alrededor de prebendas y asignación de cargos administrativos o becas de estudio.
En este escenario, la democracia universitaria es una ficción, es una apariencia que encubre una secante dictadura de roscas y camarillas gobernantes. Al dejar únicamente la democracia formal y liquidar la democracia directa expresada en la asamblea como máxima autoridad, se elimina el análisis crítico, el verdadero debate y la posibilidad de que las tendencias progresistas ejerzan poder. Ya no se informa, se encubre, se maneja la cosa pública de manera discrecional y arbitraria. Es decir, la ficción es cada vez más evidente. Autoridades y dirigentes, sin la presión, fiscalización y decisión de las bases, persiguen o incluso asesinan estudiantes para acaparar el poder.
Finalmente, se debe reconocer que las ciencias y la universidad en su conjunto no pueden escapar a la realidad atrasada de la economía capitalista boliviana. Aunque es obvio, pero a la vez penoso, debemos reconocer que la atrasada Bolivia no es el emporio de la ciencia y la cultura mundial, por el contrario, compartimos, junto a otros países, el hecho de ser últimos en repetir teorías y comprar nuevas tecnologías, en lugar de ser creadores de las mismas.
En este sentido, la restitución de la democracia directa, sin un horizonte político nacional revolucionario, está condenada a la esterilidad y, por tanto, al fracaso. La universidad sólo tiene perspectiva de liberación democrática del pensamiento y de convertirse en productora de ciencia si se suma a un verdadero proyecto y proceso transformador capaz de sacar del atraso y la barbarie al conjunto de la sociedad boliviana.
Federico Zelada Bilbao es ex rector de la UPEA y docente titular de la UMSA.