Desde la conclusión de la Segunda Guerra Mundial (l945) y, muy posteriormente, fin de las guerras de Corea, Vietnam, Irán-Irak, Siria y otros enfrentamientos que, como hongos, aparecen en diferentes sitios del mundo, todo hacía ver que paz y concordia serían formas y medios seguros para la humanidad; pero, las conductas siempre amenazantes de Rusia, mostraron la inminencia de nuevos conflictos y así se presentó el protagonizado a partir del 24 de febrero de 2022 por Rusia en contra de Ucrania. Hasta esa fecha se creía que Vladimir Putin, presidente ruso, respetaría su palabra de ser “guardián de la paz en el mundo”.
Falso e hipócrita, aprovechó para invadir Ucrania desencadenando matanzas mediante sus tropas por tierra y con bombardeos con su aviación logrando apoderarse de muchos territorios ucranianos y, prácticamente, obligando a la población a huir masivamente de su país. Todas esas personas, contabilizadas por miles, han llegado a otros países que, solidarios, han acogido a quienes precisaban paz, alimentación y seguridad para vivir y evitar las bombas que, inmisericordemente, bombardearon territorio ucraniano cuya población, dividida entre los que huían hacia naciones vecinas, los que intervinieron en la defensa de su país y los que se quedaron, acompañados por familiares soportan las inclemencias de una guerra invasora desatada por las ambiciones de un tirano que no está dispuesto a convenir tregua alguna y aceptar la paz y concordia entre ambos pueblos.
Como no podía ser de otra forma, la comunidad internacional reaccionó ante los abusos e impuso sanciones económicas a Rusia con la esperanza de paliar la angurria y más ambición de Putin, pero nada ni nadie arredró la furia desatada y el mundo vio que, uno y otro país de todo el globo se enroló en organizaciones como la OTAN con el fin de poner coto a lo desencadenado por Rusia cuyo presidente persistió en su locura hasta el extremo de amenazar al mundo con una “posible guerra nuclear” cuyas víctimas serían las naciones de todo el globo terrestre.
Hoy, un mundo que se creía era remanso de paz y concordia, vive pendiente de lo que podría ser de continuar la guerra; nadie cree en buena fe prometida por los que están dispuestos a repetir en forma centuplicada, las víctimas de Hiroshima y Nagasaki del Japón en l945. Ahora, ante la persistencia rusa, la humanidad recuerda lo que enseñan documentales y narraciones sobre los estragos que podrían causar las armas nucleares y llega a la conclusión de centuplicar sus víctimas; pero, ante los avances en las formas de hacer guerra y matar poblaciones, lo ocurrido en el pasado queda en nada porque, de prolongarse la guerra, las víctimas serían infinitamente más y, si se apela a lo nuclear, se llegaría a centuplicar hasta hacer incontable un resto que nada ni nadie podría calcular o predecir.
Lo dicho o antedicho, obliga a creer que toda previsión o sentido de cuidado se esfuma, por la ceguera de quienes, pudiendo, nada hacen por crear condiciones para que la humanidad deje un sufrimiento que no merece, para que efectivamente se pueda creer en que todos los hombres, conjuncionados en un haz de sana voluntad y un sincero y honesto deseo de armonizar sentimientos entre todos los componentes de la sociedad, puedan convenir en que el ser humano no debe seguir en los caminos tortuosos de la auto-aniquilación; entender que todos los seres humanos somos hijos del mismo padre que es Dios; entender que somos hermanos provenientes de las manos de un Creador que moldeó la vida esperanzado en que todos podríamos labrar las mejoras que requiere el globo hasta conseguir lo que precisen todas las generaciones siempre urgidas de armonía, paz y concordia que logren una mayor perfección en honor a Dios y a sí mismos porque se nos considera la obra más perfecta.
Cuidados redoblados por los males centuplicados
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