jueves, septiembre 26, 2024
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De la discordia a la inviabilidad

La permanente confrontación entre bolivianos es abismal, como la fraternidad reinante en otras naciones es cada vez más estrecha y valedera. Mientras nosotros hacemos ostentación de puntos de vista contradictorios, otros pueblos comulgan en metas y aspiraciones comunes y los conducen a un progreso incesante, como el nuestro es retardatario. Los confines de este drama copan la atención y la dedicación, yendo más allá de la política, al extremo que ni los clubes de fútbol se libran de la discordia interna. En estos vaivenes no se ve sustentación de ideas de los actores políticos, salvo pocos, y la mayoría brilla por sus limitaciones e incluso se expresa rudimentariamente. Tal es nuestra “clase política”.
Casi en todos los países se concierta y acuerda, siendo fácil cruzar los puentes de encuentro tenidos por las partes, encaminándose hacia el bien común más allá de sus diferencias y asperezas de épocas electorales. Entre nosotros éstas arrecian después aún más y se sostienen indefinidamente en un clima asfixiante, sin lugar a un espacio de tregua y de catarsis colectiva. Quienes detentan el poder no ejercitan la capacidad que de ellos debería esperarse. Citamos un solo ejemplo y es la omisión de intercambio de criterios entre oficialismo y oposición, antes que el ex presidente desafiara a Chile con la demanda marítima ante La Haya, al igual que sobre el Silala. Los efectos son que ahora el mar se nos alejó en demasía y la suerte de los manantiales está en duda. Un cálculo político de éxito casi imaginario acabó en desastre. Estos tristes episodios tienen vínculo con el monopolio del poder –si bien con lamentables antecedentes históricos–, empero al presente, como nunca antes, se experimenta un secante y excluyente monopolio político.
Este abusivo arbitrio traba, no digamos alguna cesión de tipo institucional, sino el concurso que en derecho corresponde a la oposición. Tal cosa vemos en la elección del Defensor del Pueblo y del Contralor General del Estado, manipulando el mandato constitucional de dos tercios de la Asamblea Legislativa –proporción perdida por el partido oficial–; maquinación que deja atrás toda idea de maquiavelismo para hundirse en una suerte de tendencia mafiosa. La finalidad de tal burla es retener en mano propia estos niveles de control. El plan está a la vista, habiendo impedido la participación opositora se prolonga el interinato sine die, pese a los tres años de anomalía de la defensoría. En cuanto al Contralor, el Jefe de Estado opta por una cómoda designación irregular para satisfacción e impunidad de sus parciales.
Cuando fenecía la anterior legislatura a la cabeza de Eva Copa, la Asamblea vislumbró que el MAS carecería de los consabidos dos tercios, procediendo a anular de un plumazo distintas partes de los reglamentos camarales, cambiándolas por la mayoría legislativa. Así coartaban la opinión y el voto opositor en temas que deberían someterse a un amplio debate y decisión.
Son 15 años en los que el jacobinismo evista blande el terror –ahora más que antes– en el intento de afirmar su inestable estabilidad. Estos días forman fila los líderes opositores ante la guillotina de la imputación penal (narrativa del Golpe I). El coche de la aventura sin fin encuentra combustible en la codicia insaciable de poder. Este coche atropella impávidamente la institucionalización y su carrera sin freno edifica la dictadura y el despotismo, caldo de cultivo de la corrupción, del narcotráfico, etc. Este pandemónium repudia el mérito y la superación personal por la adulación, la improvisación y la ineptitud elevadas a los más altos niveles del Estado
Las primeras víctimas del estado de cosas descrito han sido y son la Justicia y la Policía, la cual, en especial, es exponente de todos estos males juntos, le sigue la diplomacia y la administración pública. Los gobiernos del MAS se vanaglorian que el país se halla como nunca –dicen– disfrutando de estabilidad social y política. ¿Estabilidad social con bloqueos de carreteras y calles todos los días? El gobierno de los “movimientos sociales” es incapaz de control alguno. Es que blandamente cede ante las exigencias de su propia clientela social, sacrificando al “papá Estado”, así como incumple promesas y compromisos. Para salir del paso firma actas y promesas a sabiendas que no podrá cumplirlas.
Tampoco existe tranquilidad política, en cambio practica persecuciones e impone restricciones en el interior del Legislativo. A la par, crece la división del MAS. En esta atmósfera deletérea, Bolivia marcha hacia la inviabilidad, sin destino ni horizonte. Creemos haber revisado un breve epítome del estado de la Bolivia de nuestros días.

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