jueves, septiembre 26, 2024
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Una mirada a La Paz en su fecha histórica

Este nuevo aniversario de la Revolución Emancipadora del 16 de julio de 1809, encuentra a La Paz atravesando un largo período de estancamiento, sino de retroceso, después de haber sido el departamento conductor de los destinos del país. Por ello, en esta especie de “muro de los lamentos”, se hace necesario referir los principales lastres de la situación, con la esperanza de llamar la atención de quienes hoy tienen en sus manos la suerte de los “paceños y no paceños” que habitan estas generosas tierras “del Illimani, al pie”.
La Paz sufre una notoria falta de inversión pública, generando mayor incremento de la pobreza, ante la incuria de las autoridades nacionales y departamentales. El presupuesto asignado es contributivo de esta realidad y uno de los más bajos a nivel nacional, aunque con una demografía que disputa el primer lugar. El Altiplano paceño se halla entre las regiones de mayor descuido del territorio, afectando la ausencia absoluta de desarrollo y conduce a su despoblamiento; se incluyen por supuesto los Valles y Yungas. Las provincias yungueñas se han alejado de su vocación fructífera y volcado, casi de pleno, a las plantaciones de coca, sin que se plantee una política de equilibrio frente a este monopolio productivo.
La estocada económica más profunda son las regalías del oro. La Paz es el primer productor del precioso metal en el orden del 80 % de todo el país, pero sin el consiguiente beneficio. La minería cooperativista paceña ocupa sin discusión el primer lugar del oro. Las regalías que paga son 299 veces más bajas que las de la minería privada, gracias –si puede decirse así– a las preferencias de los gobiernos masistas. La exportación aurífera cooperativista ronda las 20 a 30 toneladas anuales mediante estimaciones conservadoras. Sin embargo, las regalías llegan al ridículo de unos 100.000 dólares/año.
El aspecto de la ciudad de La Paz es deprimente, con un centro tugurizado e invadido por vendedoras callejeras que no excluyen la avenida 16 de Julio (el Prado) como mercado libre. Son parte de la tugurización pequeñas tiendas de comercio con letreros de mal gusto, totalizando la depresión citadina. Los distintos alcaldes de la urbe “dejan hacer y dejan pasar” ponderando el voto sobre todo. Como si este desfase no fuera suficiente, la ciudad soporta marchas y manifestaciones ruidosas todos los días del año, desalentando la permanencia empresarial y el comercio legal.
El transporte público aporta gravemente al conflicto. Se ubican en los primeros puestos los minibuses, cuyo impresionante número nadie controla. Es que la gente llegada del campo recurre a la compra de estos vehículos de contrabando en su generalidad, con lo cual enrarecen el medio ambiente, por encontrarse los motorizados casi en desuso. Su número se incrementa por la invasión de este transporte desde El Alto. Se haría demasiado extenso referirse a otra serie de adversidades que confrontan los atormentados habitantes de La Paz, sufridos por el conjunto de tales circunstancias.

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