viernes, septiembre 27, 2024
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¿Eres un buen cosechador?

En cualquier sociedad –sistema organizado de relaciones entre un conjunto de personas– por pequeña, (que pueden ser hasta dos) basta que se generen contradicciones o ratificaciones o una mezcla de ambos que conducen a reflexiones y, por qué no, la buena marcha de un proyecto.
En la medida que se amplía el número de personas, esa sociedad suele hacerse más compleja, siempre y cuando se establezca una estructura organizacional (direcciones, subdirecciones, departamentos, dependencias) armónica, fluida que garantice las metas a alcanzar, los objetivos propuestos, la misión y visión de la institución, empresa u otra entidad.
Según lo anterior, en teoría luce bien, es como una especie de dogma, pero existe el riesgo de fracasar –muchos podrían ser los mismos– sí no existe un elemento clave, significativo, presente, intrínseco, como es preocuparse del personal en los diferentes niveles de organización (medio u operativo, medio o táctico), entiéndase desde el que realiza labores de limpieza, mantenimiento, hasta los que tienen responsabilidades medias, intermedias y otros como parte de la pirámide organizacional.
En décadas de trabajo en varias instituciones, en una de ellas conocí a una persona con responsabilidad a nivel superior, cuyas decisiones eran muy relevantes para el buen funcionamiento, pero que la catalogaban como exigente, intransigente, estricta, a la par de transmitir disciplina en todo (entrega de documentación, cumplimiento de acuerdos, inicio y terminación de las reuniones, hablar lo concreto, nada de bla, bla, etc.). A algunos les chocaba su forma de actuar, otros expresaban tenerle temor.
Esa era una cara de la moneda, ¿y la otra? Simplemente tolerante, condescendiente, sabía estimular, reconocer desde llamar a la persona (“me llamó, ¿habré hecho algo incorrecto?”) y decirle personalmente le felicito, agradecerle por lo actuado (“salir con una sonrisa, contento, llegar a la casa y contarle a la familia”), es más a uno de sus cuadros intermedios el día de su cumpleaños, todo el personal fue a cantarle las mañanitas, con pastel incluido.
No solo era el reconocimiento afectivo en ese momento; al finalizar el año reunía a todo su personal y se lo llevaba a almorzar. donde expresaba y reconocía inclusive en el ámbito material (de forma modesta) el trabajo alcanzado. Es más, tenía en cuenta la superación que necesitaba su personal y gestionaba becas, cursos.
Con “una mano exigía y con la otra estimulaba”.
Una institución que no tiene previsto esto último, y solo muestra una cara de la moneda (la dura, diría), generalmente no permite que las personas se sientan parte de la misma, “recorren los pasillos como almas en pena, como fantasmas”, laboran por una necesidad tal vez económica, su personal rota frecuentemente y esto inestabiliza, pierde “fuerza”. Pero si la sociedad es de dos, también preocúpese por ambas “caras de la moneda”. Diría Confucio: “Si siembras trabajo, recogerás éxitos. Si siembras amor, recogerás felicidad. Si siembras vientos, recogerás tempestades”. Por cierto, y usted, ¿cuán buen sembrador es?

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