Tuvimos, según la memoria histórica, eminentes líderes que prestaron sus servicios, en diferentes épocas, a la nación boliviana. No es necesario mencionarlos, porque hacerlo despertaría susceptibilidades. El país logró, gracias al esfuerzo y la inquietud constructiva de ellos, transitar por los derroteros de la transformación. En muchos casos lo hicieron apremiados por las falencias económicas. Pero encomiados por la comunidad internacional. Bajo muchas muestras de solidaridad externa.
Bolivia, en la actualidad, se ve ante la necesidad de generar líderes políticos de la estatura de aquellos. Líderes con profunda vocación de servicio al país. Comprometidos con el sistema de libertades y con el respeto a los derechos humanos. Que no traten de emular las perversas acciones de ciertos personajes ligados al el autoritarismo. Que no incurran en actitudes distraccionistas, esgrimiendo la media verdad, la mentira y la calumnia. Actitudes que no hacen otra cosa que profundizar los resquemores, en desmedro del rencuentro nacional, que tanto se requiere para una movilización hacia un futuro mejor.
Bolivia, duele decirlo, confronta una crisis de liderazgo. Quienes se consideran líderes han perdido, sencillamente, la credibilidad. Ello porque faltaron a la verdad histórica. Porque trataron de tergiversar la realidad, según sus intereses. De ahí que están ausentes los verdaderos líderes, con cualidades de estadistas, de constructores e idealistas. Todos quienes creen ser líderes ahora, pero solo son parlanchines. Por no llamarlos, en forma despectiva, demagogos, utilizamos aquel término más moderado. No pudieron construir, como bien sabemos, la “Nueva Bolivia”, ni cuando la “economía estuvo blindada”.
Los llamados líderes manejan, en los últimos tiempos, discursos altisonantes, de confrontación y de “enguerrillamiento”, que van en contra ruta de la paz y la unidad. Lejos de contribuir a la pacificación y la reconciliación, por el bien común, reavivan el desencuentro. Promueven, en vez de armonizar el sentimiento nacional, actitudes regionalistas. Estilan la política del amedrentamiento, a fin de imponer sus designios político – ideológicos. Por consiguiente, los bolivianos, del oriente y occidente, de las ciudades y del campo, estamos metidos en un saco de suspicacias. Lejos del diálogo, del entendimiento y la tolerancia, que le haría bien a la praxis política. Que humanizaría esa actividad, tan deteriorada hoy.
Surgirán nuevas figuras, con renovadas inquietudes. Que ratificarán su vocación de servicio al país, de una manera patriótica y desinteresada. Sin exigir algo a cambio, ni buscando perpetuarse en el Poder. Hombres y mujeres con un espíritu integracionista del oriente y accidente, de citadinos y rurales, volcarán sus esfuerzos a la construcción de la Nueva Bolivia. Entonces ella ingresará a un mundo más equitativo, de entendimiento y unidad. Es decir, sin racismo, sin regionalismo ni discriminación.
Bolivia siempre se ha levantado de las caídas más estrepitosas, en dictadura o democracia. Supo resurgir, como el ave Fénix, para honra de nuestros mayores y la admiración de países vecinos. El mundo nunca deja de girar. Bolivia nunca ha dejado de avanzar, pese a los problemas que la aquejaron.
En suma: ojalá la verdad, la cordura y la transparencia retornen, lo antes posible.
Perdieron credibilidad
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