Vivimos tiempos muy convulsos. La amenaza del conflicto armado entre seres “racionales” ha vuelto a irrumpir en el corazón de Europa haciendo un triste guiño al pasado. En 1914, con el asesinato del Archiduque Francisco Fernando, las movilizaciones y sistemas de alianzas hicieron detonar el inicio de un largo periodo de sufrimiento que cambiaría la vida de los ciudadanos de nuestro continente durante más de 30 años.
No obstante, la ‘certeza del pasado’ de la cual nos habla Séneca parece no haber calado en el intelecto actual.
La sociedad necesita más que nunca Panem et circenses para alejar de su pensamiento las ideas disruptivas abrazando imágenes más agradables y que reconforten en este incierto presente en el que, nuestra generación, ha debido enfrentarse a términos y restricciones individuales por mor del bien común que nunca imaginaba observar cara a cara. Las celebraciones familiares, los éxitos de nuestros atletas y clubes deportivos favoritos y la paulatina vuelta de las actividades culturales y de ocio ayudan a sobrellevar la carga emocional del quehacer diario, especialmente a aquellos que llevan un yugo de sufrimiento en sus hombros.
Pese a todo, aún persisten grupos en todos los ámbitos profesionales que parecen más empeñados en entretener su mente cultivando rabia infundada y arrojando granadas de mano cuya metralla verbal solo consigue, y de una forma efímera, añadir más dificultades en la motivación del día a día y sembrar dudas innecesarias plantando semillas de odio en otro colectivo muy importante como son los pacientes.
Recientemente, el Dr. Antonio Ares Camerino publicaba un artículo de opinión bajo el título: “Mamá, quiero ser dermatólogo”, en el que cada letra o “proyectil” iba dirigida con desdén, infamia y apelando a prejuicios generalistas a especialistas que, como yo, hemos decidido dedicar nuestra vida profesional al cuidado de los pacientes con patologías cutáneas.
Ares Camerino comenta, en otra de sus múltiples “balas”, que «nos enfrentamos a un colectivo con la vocación en sus horas bajas, menos dispuesto al sacrificio que la profesión requiere y más preparado para su abandono ante las adversidades intrínsecas al compromiso vocacional». Estas palabras deben hacernos reflexionar a todos los que ejercemos la medicina, pero más aún a los que, como en el caso del autor del artículo, han participado en puestos directivos en una de las principales organizaciones que regula la profesión.
Posteriormente, y sigo citando al Dr. Ares Camerino, sentencia que «las aspiraciones profesionales de los mejores parecen renunciar a la medicina a pie de cama (…). Se prefieren las consultas a las hospitalizaciones, lo relacionado con lo reconstructivo y externo a la atención integral a las personas con padecimientos complejos». Esta afirmación está hecha desde un prisma fuera de contexto y de desconocimiento, ya que los años alejado de la práctica asistencial dejan una gran brecha en la memoria de cualquier profesional sanitario.
El autor menosprecia e ignora sin saberlo, o eso quisiera pensar, la actividad clínica, quirúrgica y de cuidado del paciente que realizan los dermatólogos, así como el apoyo prestado como médicos de primera línea en la lucha contra la COVID-19, por no mencionar el arduo trabajo de alto nivel que realizan mis compañeros españoles de patologías tan profundamente graves e invalidantes como el melanoma avanzado y la hidradenitis supurativa o la importante labor que realiza el dermatólogo en el manejo de pacientes complejos con patología sistémica y manifestaciones cutáneas, las cuales son, en muchas ocasiones, la primera manifestación de la enfermedad subyacente.
He de confesar, que lo primero que sentí cuando leí su artículo fue la empatía por los excelentes compañeros dermatólogos y maestros que el Dr. Ares Camerino ha tenido a lo largo de su dilatada carrera profesional, los cuales han debido padecer una gran decepción y tristeza al comprobar la imagen que su labor tiene uno de sus representantes en la Organización Médica Colegial.
Un reciente artículo en el diario Ideal de Granada hablaba de la diferencia entre “ser académico y estar en la Academia: lugar de honor, no de honores”. Alejarnos en demasía de la actividad clínica diaria puede hacernos pensar que la mesa de nuestro despacho está más cerca de la cama del paciente que de la consulta de un hospital. Por ello, me permito parafrasear a uno de mis maestros, el doctor Jesús Tercedor, al cual felicité por ayudar a un joven residente que se encontraba ante un paciente complejo: “no olvides nunca que, por encima de todo, somos médicos y el buen trato al paciente es la base de nuestra actividad”.
Dr. Antonio Martínez López, dermatólogo del Servicio de Dermatología del Hospital Universitario Virgen de las Nieves, Granada.
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