La lucha de clases como la clave explicativa de la historia de la humanidad es la piedra angular del marxismo, donde las supuestas clases dominantes serían el polo opuesto de las clases explotadas. Marx, en su imaginación –divagante y simplona– argüía que el Cristianismo Católico se encontraba al servicio de los poderosos para acallar las demandas sociales del pueblo oprimido. Como solución, el filósofo alemán proponía la llamada “dictadura del proletariado”, donde ya no existan las denominadas clases sociales ni propiedad privada de los medios de producción.
El romanticismo que trajo consigo la llamada lucha de clases produjo una avalancha de preceptos fallidos sobre dicho conflicto; generando, desde teorías económicas fantasiosas e inviables (Venezuela es claro ejemplo de ello), hasta guerrilleros disfrazados de religiosos. Todo lo mencionado contribuyó a la construcción de una especie de neblina en torno a la idea fallida de la lucha de clases, apartando así a la razón y al sano juicio como herramientas de análisis de los enunciados marxistas.
La revolución violenta marxista se convirtió, de manera hábil, en una vertiente romántica de izquierda, manteniendo la llamada lucha de clases como baluarte de sus enunciados, borrando siglos de historia que demuestran, de manera real, cómo el libre mercado pudo sacar a miles de personas de la pobreza extrema. A pesar de ello, el liberalismo económico no debe ser tratado como una manifestación divina, no obstante, como modelo económico es totalmente perfectible. Todo lo contrario sucede con el marxismo y sus distintas vertientes, pues nacieron de preceptos fallidos, los cuales nunca podrán llegar a ser subsanados. En todo caso, el romanticismo de la lucha de clases se mantiene en la imaginación de las vertientes actuales del marxismo, utilizando para ello el «slogan» de la distribución de la riqueza mundial, donde el 1% de población en el mundo controla el 45% de la riqueza mundial. Esto parecía escandaloso si se mira solamente la cima de la pirámide, pero si se observase el medio de dicha pirámide nos encontraríamos con un alza exponencial en el crecimiento de la denominada «clase media», la misma que no sueña ni por si acaso en tener un yate en Ibiza con Elon Musk, Kate Moss y Amber Heard en el camarote. Al contrario, se sienten afortunados y satisfechos con tener ingresos rentables, ahorros en el banco y viajes familiares para las vacaciones. Soñar con la «desigualdad» económica funciona solo para las vertientes del marxismo, pues ellos si anhelan tener Rolexs, Harleys Davidson y Lexus en sus garajes, comer en restaurantes de cinco estrellas Michelín y hospedarse en los mejores hoteles de Nueva York (los hijitos de Fidel y Chávez son un claro ejemplo de ello).
El imaginario marxista y sus vertientes socialistas, para mantenerse a flote, necesitan imperiosamente mantener viva la falacia de la lucha de clases, pues sin ella, sus postulados caerían en saco roto. Para ello, es necesario mantener a los pobres siendo pobres, pues sin ellos se acaba la materia prima de su ideología fantasiosa. La verdadera lucha de clases, en todo caso, debería darse contra los jerarcas del marxismo, pues ellos, en su ambición desmedida de poder, prohíben al pobre progresar y son enemigos del emprendimiento, implementando todo un sistema impositivo que encadena al pobre a su pobreza. Para la ideología marxista y todas sus vertientes socialistas, el Estado es el único dador de riqueza; de esa forma se eterniza el engaño de la lucha de clases y, a la vez, ellos se atornillan en el poder.
El autor es Teólogo y Bloguero.