domingo, septiembre 1, 2024
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Minería, pasado y presente

La minería, considerada como la actividad primigenia del país, continúa motivando expectativa. Inyectando divisas al erario nacional. Superviviendo como una fuente generadora de empleo. Contribuyendo, indudablemente, a la reactivación económica, después que la pandemia devastara toda inquietud productiva. Hasta hace poco fue menospreciada, debido a que otro rubro le hizo la competencia. Pero ahora vuelve a reposicionarse.
Desde sus orígenes Bolivia fue un país minero. Los europeos arribaron a estas tierras atraídos por la plata y el oro. Ello está debidamente inscrito en la memoria histórica. Hubo un tiempo, inclusive, en que fue el segundo productor del mundo, en cuanto a estaño y antimonio.
En consecuencia: por la venta de minerales, hasta julio del año en curso, se obtuvo un total de 2.849 millones de dólares, a favor del Tesoro General de la Nación, según datos estadísticos. El segundo lugar, con 1.219 millones de dólares, corresponde a los hidrocarburos. Por lo visto, los primeros lideraron las exportaciones a mercados internacionales, en una época marcada por la invasión rusa a Ucrania. Conflicto que ha provocado la variación de precios, que ha beneficiado, de una u otra manera, a los países cuya economía depende de la venta de materias primas.
Los recursos mineralógicos, inagotables, ofrecen mucho más a los bolivianos y bolivianas. Ojalá que la variación de precios, en mercados externos, prosiga favoreciendo al sector. La minería, por lo visto, sigue contribuyendo a la construcción de un futuro mejor. Aún es la alternativa que remozará los proyectos de transformación. Todavía podemos apoyarnos en esa actividad, mientras surja otra en particular.
La nacionalización de la Gran Minería fue asumida a los seis meses, más o menos, de haberse instaurado el gobierno revolucionario, de 1952. Pero, previamente, fue creada la Corporación Minera de Bolivia (Comibol), el 2 de octubre del mismo año, para administrar las empresas que pasaron a control del Estado. Otras estarían también bajo su tuición, como Bolívar, Bolsa Negra, Catavi, Caracoles, Colquiri, Corocoro, Coquechaca, Esmoraca, Huanuni, Kami, Matilde, Malmisa, María Luisa, Quechisla, San José, Santa Fe, San Martin, Unificada del Cerro Rico y Viloco.
El occidente boliviano es esencialmente minero. Se dijo, si hacemos memoria, que los distritos con importantes vetas de estaño se ubicaban en la Cordillera Oriental: Huanuni, Huanchaca, Llallagua, Colquechaca, Chocaya y otros. El wólfram en la región de la Chojlla. Los yacimientos de bismuto, plomo, zinc y plata, en Pulacayo, Uyuni, Potosí, Porco y Los Lípez.
Nuestros minerales, como estaño, plomo, cobre, zinc, wólfram, bismuto, cadmio, plata y oro, eran exportados a Inglaterra, Estados Unidos, Alemania, Japón, Rusia, México, España, Brasil, Francia y Bélgica. Esa es la tradición minera de este jirón patrio. Esa tradición pervive, llenando de orgullo a las nuevas generaciones. Obviamente que ahora surgieron nuevas opciones, como el gas y el sector de los no tradicionales. En hora buena. Se debería mancomunar esfuerzos e inquietudes en la búsqueda de otros derroteros por el bienestar y progreso nacionales. No solo de minería vive Bolivia, sino de otros emprendimientos. Posiblemente el litio está en esa agenda.
En suma: el sector de la minería requiere respaldo para seguir trabajando por Bolivia y para los bolivianos.

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