domingo, noviembre 17, 2024
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No todo es culpa del diablo

Un caballo que se hallaba atado a un árbol, desesperado tiraba de la cuerda para liberarse. De pronto vino un demonio y soltó al animal. El caballo comenzó a correr por el campo y se metió en una finca de la que se comió cuanto producto se hallaba en cultivo.
Cuando el dueño de la finca lo vio, tomó su rifle, le dio un disparo y lo mató. Vino el dueño del caballo, tomó un arma, le disparó al dueño de la finca y lo mató. La mujer del dueño de la finca buscó al dueño del caballo, le disparó y lo mató. Cuando el hijo del dueño del caballo se enteró, también sacó una escopeta, y encontrando a la mujer del dueño de la finca, le dio dos tiros y también la mató, y no contento con eso, prendió fuego a la finca. Entonces el pueblo enardecido fue en busca del hijo del dueño del caballo y de entre la multitud alguien empuñó una pistola y de un disparo certero lo mató. Finalmente, indignados todos, le preguntaron al demonio: mira todo lo que hiciste, ¡cuántas personas murieron por tu culpa! Entonces el demonio contestó: lo único que yo hice fue desatar al caballo. Todo lo que sucedió después lo hicieron ustedes. Fin de la historia.
Esa es apenas una alegoría de lo que con frecuencia pasa en la cotidianeidad de la vida: ante nuestros errores, culpamos a la malevolencia de Satanás que ha torcido nuestra voluntad. Y yo diría que la fábula del caballo tiene todavía una semejanza más aproximada con lo que últimamente sucedió en la Asamblea Legislativa Plurinacional (ALP), en la que 32 parlamentarios de oposición han faltado a su puesto de trabajo que por excelencia es el curul que cada uno tiene asignado. De entre ellos una abrumadora mayoría lo hizo para sumarse a la fiesta que por esos días se concentró en la ciudad de Santa Cruz (Fexpocruz y aniversario cívico); uno que otro, por alguna razón menos ridícula, y creo que uno o dos, por razones atendibles de salud, pero todos con una alarmante candidez que los hace culpables de su irresponsable actitud.
Y es que simplemente toda la bancada opositora, así como toda la ciudadanía, desde hace varios meses sabe que el Movimiento Al Socialismo (MAS) tenía la intención de imponer un Defensor del Pueblo. En mi nota del 11 de marzo, a pesar de que sumados todos los opositores en la ALP tenían las armas legales para impedir la designación de un militante del oficialismo para ese cargo, aposté porque finalmente ocurriría lo que ocurrió. Lo que no estaba en mis cálculos fue la manera tan indecorosa de la bancada mayoritaria ni la tan inepta de la opositora que produjeron finalmente la designación.
Y ya no estoy seguro de que todos los parlamentarios de Comunidad Ciudadana y Creemos sean siquiera consecuentes con la línea política de sus organizaciones, pero desde hace mucho tengo la certeza de que una gran mayoría carece de la formación política, experiencia y sagacidad indispensables para el ejercicio parlamentario.
Es decir, aducir una infracción al Reglamento en la designación de defensor del Pueblo como justificativo de su abandono de funciones, es una falta de respeto a la inteligencia de los electores, porque los asambleístas de la oposición saben los mecanismos que puede utilizar el oficialismo, como ya lo hicieron en el pasado, de modo que si hay alguien culpable en todo ello, son los conformantes de esas bancadas que han defraudado a sus electores a cambio de un desfile, una cena elegante o una noche de baile en Santa Cruz.
Y no vengan con el cuento de que hay que cumplir ciertos compromisos protocolares, que hay que atender invitaciones o que deben sujetarse a un “horario laboral”. El país les paga para sesionar despiertos y sin tiempo porque nada hay más importante que fiscalizar en el hemiciclo, que es el lugar natural de sus funciones, mucho menos si no habilitan a sus suplentes y faltan por motivos tan desestimables como irse de juerga o levantar polvo con el ritmo del reggaetón.
No culpen al demonio de sus métodos, porque ya se los conoce. Ustedes, señores parlamentarios de oposición, fueron negligentes con su mandato. Y, cuando menos, ambos jefes de bancada deben renunciar.

El autor es jurista y escritor.

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