Argentina volvió a ser Argentina. El final en Qatar es una fiesta como se esperaba antes de llegar a ese país repleto de lujo. La cara de Messi habla antes de hacer declaraciones. Canta al ritmo de los hinchas que llevan su camiseta. A diferencia del grito contra México, que en la carrera hacia la gente liberó la angustia, una presión que para cualquier mortal podría ser asfixiante, ahora todo es felicidad. La Selección recuperó su mejor semblante, su juego, su convicción, su confianza. El ánimo, la fortaleza mental, es cada vez más determinante en la alta competencia. Tal vez haya sido lo más sustancial después de los tres puntos en el partido anterior. Se vio contra Polonia: fue otro equipo más allá de los cambios. Argentina no sólo jugó su mejor partido en el Mundial, donde la vara estaba un poco baja. Dejó ver una de sus mejores versiones en el ciclo de Scaloni. Es difícil ganar así en la Copa del Mundo. Alcanza con repasar las últimas para ratificarlo. En fin, no pasa por volver a los tiempos triunfalistas previos a la derrota con Arabia Saudita. Como repitió Messi en tiempos de euforia desmedida, no se iba a salir campeón de entrada. Faltan pruebas muy intensas por dar. Tan riguroso como que la Selección volvió a jugar en modo favorito. En las primeras fechas el rótulo era más acorde al nivel de Francia, España, Brasil e Inglaterra. Hoy, después de clasificarse primero, sí se puede pensar que en Doha aterrizó un candidato.
Mac Allister 46′ y J. Álvarez 67′ anotaron los goles del triunfo argentino.