Honestidad para reconocer lo pasado y honradez para el futuro

A pocas semanas de concluir este año, correspondería que todos obremos con honestidad para recordar lo pasado en el año y enmendar lo que se pueda, especialmente si hubo daño en lo hecho porque parte de la honestidad debe ser, por lo menos, dejar sentado el cúmulo de sanas intenciones y no la certeza de que todo lo hecho fue malo.
Importa mucho, como contraparte y descargo, obrar con mucha honradez en el futuro y que las experiencias pasadas sirvan para hacer el bien a futuro y dejar ejemplo de sanas intenciones y la certeza de ser juzgados por la parte buena de nuestra conducta. Obrar con honradez en la vida, especialmente cuando se tiene deberes y responsabilidades con el manejo de intereses del bien común que no debieron ni deben ser causa, motivo o razón para nada contrario al bien. Actuar consciente y honradamente es la parte cristalina de la honestidad; es la muestra y ejemplo de que, habida buena fe, son el amor y la responsabilidad, los conductores de la vida.
Vivir bajo el manto de esos dos principios puede ser decisivo para quienes sujetan su modo de ser a principios de vida tachonados por la voluntad de Dios que mostró los caminos de luz, amor y verdad.
Cuando los pueblos cifran su vida en la honradez y la honestidad, pueden estar seguros de los caminos que vayan a recorrer por estar cimentados en la libertad, la verdad y el ejercicio responsable de la vida.
Disponer una amnistía política debe ser reconocer el ejercicio responsable de la vida y las libertades; tiene que ser la certificación de comportamientos dignos y, a la vez, una especie de condena moral para los que cometieron crímenes, faltas y ofensas al prójimo; condenas para los que no respetaron la propiedad ajena y se apoderaron lo perteneciente al bien común que es patrimonio del pueblo. La amnistía es devolver lo que injustamente se arrebató tan sólo por pensar diferente; es el derecho de vivir con la conciencia limpia y acorde con los mandamientos de Dios.