“¿Cómo es posible que los hombres no se alegren cada día por el placer de estar vivos?” se preguntaba el poeta Kenko en el Siglo XIV. Ueda Miyoji exclamaba: “¡Hagamos tiempo para el ocio! ¡Y vivamos un día como si fueran dos!”. La vida solo ocurre en el presente y, mientras no sepamos vivir cada instante como si fuera único, no viviremos plenamente. Kenko repetía “Las personas que temen a la muerte deberían amar intensamente la vida”.
Algo no puede ir bien cuando la vida se transforma en espera.
¿Y el placer de crear, de participar, de saberse responsable solidario? El placer de saborear los silencios y de salir al encuentro de quienes tienden sus manos hacia nosotros para escucharlos con atención, porque los encuentros sólo se producen una vez en la vida. Por eso, todas las despedidas son eternas, porque la repetición es imposible.
Las noticias positivas de los pueblos del Sur no tienen cabida en los medios de comunicación occidentales. Sin embargo, los países ricos no podría pasarse sin las aportaciones que el Sur hace para que en el Norte mantengamos nuestro nivel de vida.
Para ello es necesario mantener más guerras que consuman armas y que destrocen lo suficiente para tener que concederles empréstitos en forma de “fondos de ayuda al desarrollo” para su reconstrucción. Es preciso que millones de personas continúen en el umbral de la pobreza sin acceso a los alimentos, a cuidados sanitarios y a una educación elemental para ser autosuficientes. Es preciso contaminar el medio del que formamos parte, convirtiendo a muchos pueblos pobres en cementerios de los residuos nucleares de nuestras centrales. Es preciso que millones de niños trabajen por un cuenco de arroz, que millones de menores sean prostituidos. Es preciso sostener nueve personas en uniforme militar por cada uno con bata blanca… o por medio maestro. Es preciso mantener sembrados con minas de la muerte campos que servían para la labranza.
Es preciso que cada minuto sean gastados miles de millones de dólares en armamento y que cada hora se mueran 1.500 niños de hambre.
¿Es preciso que cada mes el sistema económico añada millones de dólares a la deuda enorme que grava a los pueblos del Sur?
No es necesario.
Junto al grito de protesta, aportemos propuestas para compartir la causa de los pueblos del Sur y de muchos ciudadanos empobrecidos del Norte. La pobreza y la marginación no son naturales, sino consecuencia de la desigualdad injusta.
El autor es Profesor Emérito UCM.