Con el esplendor del crucifijo, resplandor del mundo, todo se ilumina con la viva verdad de su abrazo, en nuestras moradas. Se aclaran los sueños y se esclarecen los pueblos, la incertidumbre del mundo nos abandona y nos alumbra la inocencia de una criatura, esperanza que nos redime; en medio de un gozo hogareño, que se hace refugio y rincón de anhelos.
I.- Ante la estrella de la humildad
Un destello nuevo comenzó a germinar, sobre la centelleada noche de Navidad, el mundo se vistió y se revistió de paz; como inspira la figura de la providencia, con una estrella que cautivó a los Magos.
Sobre el gran horizonte de la humanidad, Jesús es el fuego que brotó para vivirnos, para resplandecer la existencia personal, y así poder abrazar la libertad cada ser, que es lo que nos injerta quietud y vida.
Encadenados a la cadena de la palabra, vamos tejiendo voces, olvidando penas, en íntegra comunión y hacía sí mismo, con Dios y entre nosotros enmendados, pues una vez acrisolados nos elevamos.
II.- Junto a la estrella de la mañana
Levantados por la estrella de la mañana, nada se nos resiste a los labios de María, sólo hay que entrar en la contemplativa, recoger su hondo mensaje de esperanza, y acoger el laurel del Padre en el alma.
Reaparezca el recogerse para escucharse, el acogerse en trasmisión para removerse, el conmoverse con el niño que nos nace; haciéndonos resplandecer con la alegría, de sentirnos más celestes que mundanos.
Ejercitemos la búsqueda sin desfallecer, entremos en comunión con la luz divina, que sabe vencer las tinieblas más negras; postrémonos en devoción ante el Señor, y nos encontraremos cada cual consigo.
III.- Bajo la estrella de la noche
En nuestras noches hay que observarse, verse con las ventanas abiertas al cielo, descubrirse con un corazón incansable, dispuesto a darse y a donarse sin más, a facilitar el encuentro entre peregrinos.
Todos somos buscadores de concordia, necesitamos ensanchar nuestra mirada, mantener enérgico el deseo de unirnos, sentirnos curados de cualquier egoísmo, para poder abrirnos al amor y amarnos.
Por muy oscura que sea la madrugada, siempre nace un sol que nos reverdece, que nos pone en acción y nos interpela, reflejo de la aureola que Cristo nos da, para que irradiemos el poema perfecto.
Víctor Corcoba Herrero es escritor.
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