Por: Equipo editor
En este número presentamos un artículo del Magister Joan Vilallonga, especialista en psicología y en el apoyo y la terapia a personas con cáncer, familiares, y profesionales de la salud y la oncología. Publicado en el blog “Con psicología en cáncer”.
La importancia del lenguaje cuando hablamos del cáncer
El cáncer está tan presente en nuestra sociedad que todo el mundo habla de él. Nos referimos al cáncer directamente, con eufemismos, con metáforas y hasta sin nombrarlo. El lenguaje que utilizamos en relación a la oncología contribuye a modificar la imagen que tenemos del cáncer. Por eso es importante cuidar el vocabulario que usamos y cómo lo usamos.
Tener cuidado con el lenguaje que utilizamos sobre el cáncer
En una encuesta que hice en el último año de mi licenciatura universitaria en Psicología, en 2008, el 90 % de los participantes (100 personas) afirmaron que alguien muy próximo a ellos (amigo o familiar) tenía o había tenido un cáncer. Las enfermedades oncológicas son muy frecuentes. Y eso, sumado a la avalancha de descubrimientos científicos sobre la su evolución y tratamiento, hace que hablemos de ello muy a menudo.
Pero, no obstante, aún no hemos logrado hablar del tema con normalidad. La imagen que tenemos del cáncer es, lógicamente, muy negativa. Lo asociamos al sufrimiento, al cambio, y -cada vez menos- a la muerte. Tal vez eso contribuye a reflejar en el lenguaje la percepción que tenemos de la enfermedad.
Este artículo no se dirige específicamente a los medios de comunicación. Pero es evidente que estos son un reflejo y, a la vez, un modelo para la sociedad. Por lo tanto tienen un papel destacado en la construcción del lenguaje que, finalmente, utilizamos todos cuando hablamos del cáncer.
Llamar “cáncer” a aquello que no lo es
“El terrorismo es el cáncer de la sociedad“. “La corrupción es el cáncer de la política“. Son frases que vemos y utilizamos a menudo. Como asociamos el cáncer con algo que crece dentro de un cuerpo, poniendo en riesgo el cuerpo entero, lo comparamos con fenómenos sociales que creemos que tienen un comportamiento similar.
Pasa algo parecido con otras patologías, como la esquizofrenia (que usamos para referirnos a dos situaciones aparentemente incompatibles pero que se producen a la vez) o con esto produce urticaria (que utilizamos para explicar una reacción repentina de rechazo).
El cáncer es una enfermedad. Y las personas que la tienen, sufren. Algunas de ellas sufren mucho. Pueden ver como una frivolidad que se compare su proceso con determinados fenómenos sociales que nos indignan. Sobre todo porque ser un corrupto o un terrorista son opciones elegidas; tener un cáncer, no.
Esquivar la palabra “cáncer” con un eufemismo
Pronunciar la palabra “cáncer” a veces da miedo. Especialmente cuando se lo han diagnosticado a alguien muy cercano. Es decir, es más fácil hablar del cáncer cuando podemos hacerlo tomando distancia. En algunas personas hay un componente de superstición: piensan que utilizar la palabra es una manera de llamar a la enfermedad para que venga.
Por eso es habitual utilizar eufemismos. Los más frecuentes son “tumor“, “bulto“, “nódulo“, “cosa“, “larga enfermedad” o, en catalán, “mal lleig” (“mal feo”). Llamar el cáncer por su nombre ayuda a normalizarlo y a perderle el miedo. Cuando usamos un lenguaje alternativo, el problema no está en la palabra que escogemos: está en el hecho de escogerla para esquivar el miedo. El miedo al cáncer tiende a aumentar cuando evitamos esta palabra y la sustituimos por otra.
Aquí sí que hay que tener en cuenta un elemento importante. Y es que hay personas con cáncer que necesitan un tiempo para asumir el diagnóstico. Mientras tanto se pueden negar a ellas mismas que tienen cáncer, o pueden rechazar utilizar la palabra. En estos casos conviene ir con cuidado y no verbalizar el cáncer delante de esta persona hasta que esté preparada para aceptarlo. Sabremos que está preparada cuando sea ella misma quien la use.
Recuerdo a una señora a quien visitaba a domicilio, que tenía cáncer de mama. Sabía que tenía esta enfermedad y lo había aceptado. Pero me pidió que usáramos la palabra “tumor” en lugar de “cáncer”, porque le era más fácil. Yo estuve de acuerdo porque era ella quien tenía la enfermedad (y es el paciente quien escoge como quiere ser tratado) y porque vi que forzar el uso de la palabra “cáncer” contra su voluntad bloquearía la comunicación fluida, un elemento fundamental en la práctica de la psico-oncología.
Las comparaciones que alimentan el estigma
Primera pregunta: ¿El cáncer es una batalla? Depende de para quien. No sabemos si lo era para la persona a la que se refiere esta noticia. Vivirlo como una batalla es totalmente respetable; y lo contrario, también.
Segunda pregunta: ¿Morir de cáncer significa que se ha perdido la batalla? Es posible tener un proceso de final de vida aceptado, haciendo un balance positivo del legado que se deja, acompañado por las personas queridas y habiendo arreglado todo lo que se quería arreglar antes de morir. Es posible morir de cáncer sintiéndose ganador. Eso no significa que, en estos casos, la muerte sea fácil o bonita, sino que nos da la opción, a veces, de vivir el proceso como queramos.
Dar por hecho que una persona que sabe que morirá de cáncer “perderá” la hace sentirse abandonada. Conlleva que su entorno piense que no se puede hacer nada por ella. Y siempre se pueden hacer cosas, aunque no incluyan la curación de la enfermedad. Siempre se puede aliviar y acompañar. No nos conviene, como sociedad, calificar de “perdedores” a las personas que mueren de cáncer. Utilizar este lenguaje hace aumentar el estigma.