viernes, septiembre 27, 2024

Marella

La musa que tenía me abandonó, dejándome una hoja en blanco como recordatorio de una promesa incumplida; la busqué, entre cuecas dedicadas y fotos archivadas, en los recovecos más distantes de la melancolía; la busqué, entre sorbos de singani y embarcaciones olvidadas, en cartas que narran historias de amor y otras de cobardía.
A pesar de buscarla durante horas, no la hallé, por más que le puse nombre y apellido, jamás respondió al llamado de mis metáforas, mucho menos al baldío movimiento de mi pluma errante. Al recorrer los pasillos de mi mente, encontré un ensimismado kusillo, mientras intentaba articular palabras de aliento, fuimos sorprendidos por la aurora.
El porvenir vino en balsa de totora, para sacarme del confinamiento y así fluir en la corriente de mi destino; por estos ríos el alma aflora, aquí solo navegan marineros de agua dulce, de sublime ímpetu, de corazón andino. Ya casi era medio día, cuando a lo lejos escuché una armoniosa melodía, combinación perfecta de zampoñas, quenas y el sedante cántico de sirenas.
Un súbito cruce de miradas hizo despertar mi numen, bajando del cielo en forma de nube, se evaporó en el azul de sus ojos. En aquel momento entendí, que mi poesía se debía a sus labios rojos de coral, a su blanca piel, espuma de mar; sin perderme detalle alguno de su belleza, esperé dejar mi huella, fue por eso que desembarqué en sus playas de niebla espesa.
Al rozar su arena me invadió una compleja añoranza, sentí que muchas veces la he amado y muchas veces la he perdido, ilusión de lo ya visto, cruel mezcolanza. Para poder apreciarla más de cerca, tuve que disipar su tristeza, apartar el nerviosismo que rondaba en mi cabeza; la serena brisa movía sus olas a la par de sus caderas y tan solo bastó con un hola, para producir un tsunami de emociones que inundaron las fronteras.
En ese mismo instante quise ser bendecido por los dioses de los mares, para deslizarme en sus praderas marinas, sumergirme en lo profundo de sus aguas hasta llegar a su zona hadal, y poder construir mi hogar, con paredes de sal y puertas adornadas con algas, rodeado de peces, caballos fosforescentes, ballenas azules; tal como lo hizo Glauco, disfrutando de su compañía, inmortalizando poemas de romance y alegoría.
Su boca es un cielo empíreo donde surcan pamperitos, gaviotas y pelícanos, con un sol que resalta el brillo en sus cabellos, la nostalgia en sus inviernos, el horizonte en sus veranos. Una puna de incertidumbre con senos de dunas, desierto de vivencias crudas, planicies sedientas, guerras y hambrunas; oasis de intenciones puras, sentimientos que se desnudan a oscuras, destacando sus lunares como estrellas en sus piernas curvas.
El umbral de su despecho brama, creando enormes marejadas, produciendo descomunales ventarrones que hacen naufragar piratas y hunden naves de bribones; justicia divina, un drama de nunca acabar, reflejado en leyendas, en canciones. Confieso que desearía viajar en el tiempo, a fin de encontrarme con su pasado y enfrentarme a la cobarde angustia que la invadió, apartándola del egoísmo, desechando un futuro tóxico, conservando un océano pacífico.

El autor es comunicador, poeta y artista.

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