jueves, septiembre 26, 2024
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Los políticos nuestros de cada día

El maestro Marco Tulio Cicerón en la “Invención de la retórica” mencionaba: “Muchas veces me he preguntado si la facilidad de palabra y el excesivo estudio de la elocuencia no han causado mayores males que bienes a hombres y ciudades. En efecto, cuando considero los desastres sufridos por nuestra república y repaso las desgracias acaecidas en otros tiempos a los más poderosos estados, compruebo que una parte considerable de estos daños ha sido causada por hombres de la más grande elocuencia. Mas cuando empiezo a investigar en los testimonios literarios, esos acontecimientos que por su antigüedad están ya alejados de nuestra memoria, me doy cuenta de que es la elocuencia, más que la razón, la que ha servido para fundar muchas ciudades, sofocar muchas guerras y establecer muchas y muy firmes alianzas y amistades inviolables. Así, tras largas reflexiones, el análisis me ha llevado a concluir que la sabiduría sin elocuencia es poco útil para los estados, pero que la elocuencia sin sabiduría es casi siempre perjudicial y nunca resulta útil”. Agregaba también que un buen político y gobernante debía conocer la historia y las leyes para guiar su accionar.
Cicerón es un personaje singular, amó quizá como ningún otro la República Romana, e incluso con sus conocimientos y elocuencia pudo desarmar a los enemigos de Roma, entre ellos a Lucio Sergio Catilina. Empero, también reconoció sus errores tras el asesinato de Julio César, se dio cuenta que, junto a sus pares, actuaron con la fiereza de un león y la ingenuidad de un niño. Su vida terminó en manos de los esbirros de Marco Antonio, y su mano derecha, su cabeza y su lengua fueron exhibidos en el foro romano para que todos los vieran. Así se simbolizaban sus armas: sus escritos, su inteligencia y su incomparable retórica. Nuestros políticos, en todos los niveles del Estado, merecen aprender de Marco Tulio. En estas semanas hemos escuchado absortos varias declaraciones de diversas autoridades de diferentes órganos estatales que no tienen el mínimo sonrojo ni vergüenza sobre lo que van a decir a la opinión pública.
Desde oficinas públicas, pasando por hemiciclos de concejos municipales y asambleas departamentales, hemos visto cómo las autoridades no logran diferenciar los espacios públicos de los privados. Aunque esto no es nuevo y la excusa de la tradición por carnaval da rienda libre a sus acciones. Roberto Barbery Anaya, gran amigo e intelectual, se pregunta con un alto espíritu crítico: “¿Hasta cuándo la tradición va ser la celestina del vicio?”. Pregunta que debería responder cada uno de nosotros, considerando que nuestros representantes, elegidos con nuestro voto, son un reflejo de la sociedad en la que vivimos.
El escenario político no deja de ser deprimente. Tememos, por un lado, a los activistas que creen que con su superioridad moral deberíamos de aplaudirlos sin importar lo hilarantes que puedan ser sus acciones y poco conocimiento, no solamente sobre el funcionamiento del Estado o los reglamentos de las cámaras del parlamento, sino que también desconocen la historia y creen que con ellos comienza una nueva esperanza que no logra cuajar en la población. Por el otro lado, tenemos a dos grupos fanáticos enfrentados: unos que se adscriben en la facción del presidente Luis Arce y los otros de Evo Morales. Muy poco o nada parece interesarles la gestión de gobierno, y reducen su trabajo a la simpleza de defender a su caudillo. En los municipios, las máximas autoridades creen que su labor a realizar es la de saltimbanquis, y se puede observar el abandono de las ciudades capitales.
El poder no es juego, no comprenderlo en su dimensión trae problemas a la población en el corto y largo plazo. Para los gobernantes, cada día se acaba la fortuna que los llevó a los sitiales que actualmente ocupan. Es deber de los ciudadanos ser críticos con las autoridades y exigirles que realicen el mejor trabajo posible y así mejorar la calidad de la política de los políticos nuestros de cada día.

El autor es politólogo.

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