“Pedimos ese apoyo psicosocial de cercanía entre corazones, con rincones acogedores y lugares seguros, al menos para poder descansar y hacer camino”.
En una época enfermiza, recargada por una crisis sobre otra crisis, necesitamos marcar prioridades para detener los tormentos. Quizás la primera protección deba ser, la de preservarnos del aislamiento social. Esto nos exige, de manera innata, el volvernos próximos con el prójimo. En definitiva, ser más colaboradores y cooperantes entre sí, disponibles y solidarios. Téngase en cuenta que nadie vive por sí mismo. Sea como fuere, estamos carentes de abrazos, de recibir una sonrisa o un acompañamiento en el dolor, lo que nos demanda reagruparnos en nuestras miradas, para sentir el fuego de las entretelas en las pupilas del alma. Las emergencias continuas, unidas a las riadas de refugiados que huyen de guerras o de cambios climáticos, recuerdan lo sustancial que es hallar a alguien que te tienda la mano y te done su tiempo, o que te haga sentir en familia con la simple escucha. Desde luego, cada contienda es una humillación a nuestro propio espíritu sistémico, al inviolable derecho de los pueblos a la paz. Si acaso, pongamos la imaginación a buen recaudo y, de este modo, inspirarnos como poetas en guardia.
El subsiguiente amparo del que nos tenemos que resguardar, es el de los desastres circunstanciales. Las modificaciones ambientales, totalmente irrespetuosas en multitud de ocasiones con la naturaleza, han multiplicado los eventos atmosféricos extremos, con efectos trágicos para los moradores. Todo parece indicar que el planeta tiembla enfurecido y también muestra su rostro cruel, aplastando consigo a sus inhumanos destructores, que al final somos todos. Debiéramos entender más pronto que tarde la situación; pues hemos sido llamados a proteger el mundo, no a devastarlo, y sí a cuidar nuestra propia atmósfera. Seguramente, tendremos que formar las conciencias para que los bienes comunes, dejen de ser derrochados, abandonados o sean solo para beneficio de unos privilegiados. No hay mejor intercesión, sin duda, que aprender a custodiar lo que se nos ha entregado. Por consiguiente, pedimos ese apoyo psicosocial de cercanía entre corazones, con rincones acogedores y lugares seguros, al menos para poder descansar y hacer camino. Tal vez a caminar por este cosmos, se aprenda amando a todos los seres humanos bajo este cielo. Será cuestión de ejercitar la misión.
Sea como fuere, cada día son más las personas hundidas en la desesperación, que han de enfrentarse a condiciones adversas que alteran su salud mental, lo que requiere sentirse protegidas para poder reconstruir sus vidas. En consecuencia, son tan vitales los Estados sociales y democráticos de derecho, como las organizaciones humanitarias, para implementar una respuesta multisectorial que, de salvaguardia existencial, en un orbe cada día más temible y terrible, donde crece la inseguridad alimentaria, la violencia y los desplazamientos. En este sentido, en muchas partes del espacio viviente el socorro humanitario no reemplaza la asistencia para el desarrollo, lo que nos súplica una mayor implicación por las energías humanas conjuntas, recordando que no hay mayor defensa que la del reencuentro con el amor, la única poética que nos dignifica, lo que nos hace fuente de vida en poesía, y no en poder, en justa convivencia social y no en injusto interés de mercado. Conviene recordar, que un bello sueño nace en el instante preciso y precioso, en el que dos voluntades juntan sus labios para oír un te quiero, besándose.
Demasiadas lágrimas y sangre han derramado ya, nuestros predecesores, para que tomemos la iniciativa de salir de estos caminos inseguros y mortecinos. Esto nos debe hacer pensar en otros itinerarios más contemplativos en la formación de la mente y el alma. En consecuencia, no hay que resignarse, sino batallar porque toda la humanidad tenga iguales derechos y obligaciones, a su realización de caminante en disposición de vivir y de ayudar a vivir, de volar y de dejar elevarse en conjunción con la estima hacia toda savia. Tampoco precisamos un ardor guerrero, sino una dócil y paciente calma que nos armonice y fraternice, tanto entre nosotros como con aquello que nos rodea. Estos valores y estos principios, avalados por el sentido común, también han de ser asistidos y apoyados por un proceso pedagógico que favorezca la moderación en nuestros movimientos y la tutela de nuestro común hábitat. De lo contrario; cada ser será un verso destruido, incapaz de anidar en el universo de lo armónico. Por ello, tan necesario como el aire es el sosiego para poder sentirlo a todas horas.
Víctor Corcoba Herrero es escritor.
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