martes, septiembre 3, 2024
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Crónica de una velada

Hace treinta años me caí en medio de esta hoyada, el impacto me dejó las alas rotas y una aflicción constante que aprendí a manejar; incomprendido, muchas veces me aparto del ruido para poder escuchar mi materia gris. Porque donde ellos ven caer gotas de agua, yo veo caer lágrimas de tristeza en una tierra acechada, que intenta ablandar corazones insensibles, invadida por seres humanos que andan sin ninguna directriz.
Porque en tanto ellos prefieren mirar la luz de una pantalla, yo prefiero apreciar la luz de la luna, un vis a vis. Todavía sigo sin hallarme, otra noche en la ciudad de La Paz sin encontrar paz, ¿qué ironía no?, eterna batalla de un poeta de cuna, artista de raíz; porque donde ellos ven monotonía, yo veo historias que plasmar, vaya donde vaya, pues mis abuelos me acompañan, la poesía boliviana resucita a través de mi pluma de original matiz.
En busca de una heroína que odie serlo, me acicalo con bálsamos de ficción, a fin de protegerme con una careta que oculte que también soy infeliz, y así yacer en “equilibrio”, pues dicen que los polos opuestos se atraen, un anzuelo de ilusión que no hace más que enmarañarnos en otro desliz. Danzan las diablesas, mientras ingreso a un boliche de fábula, un infierno que te venden como cielo, donde las almas se abandonan en un rincón para beber de su cáliz.
¡Y ahí estaba ella!, con su pelo negro y sus alas a punto de sanar, rodeada de dos cerros espléndidos que la hacían sobresalir del resto, con su hermosa figura y sus labios de regaliz; ahí estaba ella, cubierta de ámbar, bailando al ritmo del exceso, dispuesta a descubrir mi cicatriz. Una morena de sudor aromático que por sus poros expele divinidad, un verso sabor a néctar que armoniza mi soneto, pero que para mi mala fortuna es una gran actriz.
Un ángel que trae consigo el bendito fuego de la rebelión, un coraje intacto que la incita a no seguir el libreto, vive de su propia catarsis. En la mano izquierda porta su corazón y en la derecha un boleto que lleva directo al río Lete, un portal en cuerpo de miss; tiene vocación para hacer lo opuesto, sus ojos son dos bisturís que hieren y su boca es la única sanación, un secreto del paraíso que al descender se hizo emperatriz.
Hasta el majestuoso Illimani; monarca de los Andes, le rinde pleitesía, ¿por qué yo habría de ser indiferente?, si su regazo es un nido de cóndores, donde nace un arcoíris que anima mi caligrafía, es la perpetua inspiración que añoran todos los creadores, una musa matriz, única y despampanante; se despidió con un brindis de cortesía, embriagada con sus besos manipuladores y su efímera compañía, se fue alejando sin demostrar emoción alguna; al final, terminé siendo otro Dante en busca de su Beatriz.

El autor es comunicador, poeta, artista.

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