viernes, septiembre 27, 2024
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A Dios rogando, con el mazo dando

Las relaciones de Bolivia con organismos internacionales, en especial con el Fondo Monetario Internacional (FMI), fueron normales en mucho tiempo. Algunos críticos de origen empírico no lograban alterar esa relación garantizada por convenios consuetudinarios, aplicables para todos los socios.
Esa situación se alteró abruptamente en el año 2007, cuando el flamante grupo triunfante en las elecciones del año anterior empezó a recibir enormes cantidades de dinero para las arcas del Estado, por concepto de divisas (dólares), provenientes del alza de precios de nuestras materias primas de exportación. Además, lo hizo sin escrúpulo, utilizando esos recursos económicos a su libre albedrío, que había sido “recuperado” por nuevos ricos. Entonces, la afortunada minoría gobernante empezó a vivir una fantasiosa luna de miel que sus integrantes pensaron seguiría por los siglos de los siglos.
Entonces, en medio de esa felicidad absoluta, sin considerar que todo se acaba, se presentó la cruda realidad y después de una insurrección popular hubo un cambio en el poder. De acuerdo con las circunstancias, el gobierno de transición reinició relaciones con el FMI y, además, contrajo un crédito para atender necesidades estatales. Esa actitud rompió todos los esquemas mentales del populismo y provocó la indignación de sus dirigentes que esperaban el momento para rectificar el paso dado.
Entonces vino la restauración del masismo que anuló las medidas de la transición, se alejó de nuevo del FMI, anuló el crédito referido, agregando que las relaciones del Estado Plurinacional con ese organismo internacional volvían a punto cero, solución draconiana, irrevisable, es decir, en ningún caso recurrir a sus servicios.
Pero, de nuevo la crisis financiera mostró sus fauces devoradoras en momentos en que el Estado Plurinacional reveló que se le acaban las reservas internacionales y no hay suficientes dólares para importaciones, como de alimentos y medicamentos. Es más, afirmó que recurriría al criticado FMI para obtener créditos destinados a sacar al país de su crítica situación.
Al parecer, es cierta la sentencia que dice “primero hay que vivir y después filosofar” y, en esa forma, el Estado quedó entrampado entre la espada y la pared. Al parecer perdió la sindéresis y decidió pedir favores de ese organismo que –según autoridades– pese a todo debe seguir dando créditos a Bolivia. En esa forma, se podrá tener divisas para atender el pago de la deuda externa, dar créditos enormes a empresa internas, pagar salarios a una gigantesca burocracia insensible, honrar deudas, financiar la gasolina y diésel importados con alto precio y vendidos con subvenciones, etc. Solo hacemos referencia a asuntos menores. Todo ello no se hubiese producido en los tiempos de “vacas gordas”, cuando había derroche.
En pocas palabras, recurrir al FMI como tabla de salvación, nos recuerda el dicho popular: “A Dios rogando, pero con el mazo dando”, principio carente de ética y hasta de sentido común.

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