miércoles, septiembre 4, 2024
InicioSeccionesOpiniónDeontología: entre la obligación y la necesidad

Deontología: entre la obligación y la necesidad

Manuel Fernández Chavero

 

Parte I

 

Hace algunos años le escuché a un compañero esta frase: “Soy feliz desde que he descubierto que soy innecesario”. Me hizo reflexionar desde el principio. Podría tener muchos significados, pero yo me conformo tan sólo con dos:

Un significado amable que bien pudiera ser del anciano al final de su vida. Ha cumplido todas sus obligaciones y expectativas. Disfruta de lo que antes se llamaba la satisfacción del deber cumplido y ya no tiene otra responsabilidad más que ver pasar sus últimos años desde la placidez de disfrutar de haber pagado todos los plazos de esa hipoteca que llamamos vida.

Pero también queda otro significado, desasosegante y egoísta, del que se conforma con no sentirse necesario para nada ni para nadie, ni tan siquiera para sí mismo, y se limita a transitar por la vida sin necesidad de equipaje. Una felicidad surgida de lo que bien pudiera llamarse vacuidad existencial.

La Deontología, conceptuada como nuestra ética corporativa, no puede caer en ninguno de los múltiples significados que pudiera tener esta frase porque tiene una virtud por encima de las demás: su necesaria necesidad. Entre otros motivos porque nuestra profesión no puede sustraerse de las metas elevadas. Pero esa necesidad deontológica tiene que nacer del afán y del anhelo individual y colectivo de cada uno de nosotros. Sólo una profesión profundamente vocacional es capaz de autoimponerse un Código de Deontología con un triple fin: aspirar a la excelencia para beneficio de los pacientes, respetar la autonomía y dignidad de todas las personas, contribuir a la justicia social y llevar a cabo una actividad pedagógica que contribuya a la educación y civismo de todos.

Los médicos ejercemos una profesión única en su necesidad y por tanto tenemos una doble obligación: ser necesarios y hacernos necesarios. Eso es Deontología.

Los que hemos sido médicos rurales, y tenemos una cierta edad, recordaremos siempre aquellos pueblos de la ahora llamada España vaciada. En muchas ocasiones sin enfermería y sin farmacia. Nuestras armas eran escuchar mucho y explorar mucho. Nos pasábamos el día y la noche entrando y saliendo en casas donde éramos “necesarios”. Eso es Deontología.

Aquella sociedad rural era más inculta, en muchos aspectos, que la actual, pero sin embargo estoy convencido de que tenía más educación sanitaria y un gran estoicismo frente a la adversidad, lo que le permitía afrontar con serenidad la inevitabilidad de la enfermedad y la muerte. El ideal del final de la vida era morir en casa, con la familia, en tu cama y con tus sábanas limpias. Rodeado de vecinos, amigos y por supuesto del “médico del pueblo”. Aquella medicina rural, de cabecera, de atención domiciliaria permanente, fue sin duda la madre de los actuales cuidados paliativos y unidades del dolor. Eso es Deontología.

Ahora hemos generado el espejismo de que todo se cura y cada vez cuesta más aceptar la realidad de la enfermedad y de la muerte generando, en algunos casos, una frustración que conduce a la denuncia, a la agresión y a la judicialización.

Aquella Medicina no precisaba de la excelencia académica. El paso del tiempo, los modismos y la inequidad de la oferta y la demanda nos ha ido conduciendo al error de exigir como única condición, para ser médicos, la excelencia académica. En los últimos años sólo han accedido a la profesión los más brillantes expedientes de bachillerato. La Medicina no tendría que estar muy ligada a la excelencia académica, pero si íntimamente ligada a la excelencia vocacional, aunque bienvenida sea la confluencia de ambos factores.

Me apena leer en las redes sociales, en la prensa, que hay compañeros que tiran la toalla porque no soportan las largas jornadas de guardia, los salarios bajos, la precariedad de contratos, las condiciones abusivas que, en ocasiones, impone la Administración Pública y las Instituciones privadas. Precisamente en esas condiciones adversas, en medio de esa tormenta de factores a la contra, es cuando tiene que surgir la vocación como un salvavidas que nos eleve por encima del oleaje. Pero vocación no es resignación ni servidumbre. Vocación es servicio y también reivindicación de justas condiciones laborales, sociales y económicas. Eso es Deontología.

Una sociedad que no sólo ha renunciado a muchos de sus valores, sino que incluso los ha invertido, y así vamos viendo que el enfermo agrede a su médico, el alumno a su maestro, el esposo a su esposa o el hijo a su padre, es una sociedad enferma y es una responsabilidad nuestra, como referentes y educadores sociales, contribuir a la recuperación de estos. Los médicos tenemos la obligación de luchar para que la sociedad sienta la necesidad de recuperar valores y para ello es primordial que nosotros sintamos la necesidad de hacernos necesarios para la sociedad. Poner algo de cordura en esta esquizofrenia, donde van de la misma mano el progreso científico y la regresión moral. Eso es Deontología.

Esta sociedad enferma tiene hoy, más que nunca, la necesidad de disponer de unos médicos más sanos que nunca, por lo tanto, tenemos la responsabilidad de tratarnos a nosotros mismos, bien con tratamientos curativos o paliativos, para vencer a esa enfermedad llamada desgana, apatía profesional o desilusión, que anemiza nuestra capacidad de respuesta y asfixia nuestra natural tendencia, desde Esculapio, al humanismo, al idealismo y al sacrificio por el bien ajeno. Los médicos no nos podemos dejar vencer por el desánimo, los recortes o la precariedad. Nuestra vocación tiene que ser el motor que nos haga más fuertes, prudentes, templados y justos. Eso es Deontología.

Tanto nuestra Ética individual, como la Bioética y la Deontología, son necesidades de nuestra profesión para intentar ajustarnos a los cambios tecnológicos sin tirar por la borda nuestro humanismo. Tecnología y humanismo constituyen una relación asimétrica; si bien la primera no parece tener ni final ni freno, el humanismo es más sosegado y pausado. Necesitamos, por tanto, revisar ideas para no caer en contradicción con nuestros propios avances, para que la tecnología no estrangule nuestras conciencias y que al mismo tiempo nos permita un progreso moral y científico.  Eso es Deontología.

En un reciente viaje a Tierra Santa tuve la ocasión de visitar una iglesia católica enclavada en un barrio difícil y hostil. EL párroco, padre Franciscano, nos dio la bienvenida con una frase que me la traje de recuerdo: “Habéis venido a la tierra donde más se habla del amor y en la que más se practica el odio”.

Sin pretender ningún tipo de paralelismo, y sin saber muy bien por qué, se me vino a la cabeza mi propia profesión. La profesión donde más se usa la palabra humanismo y en la que ¿más se practica?

ARTÍCULOS RELACIONADOS
- Advertisment -

MÁS POPULARES