viernes, noviembre 22, 2024
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Deontología: entre la obligación y la necesidad

Manuel Fernández Chavero

 

Parte II

 

Los médicos que ya tenemos muchos años de veteranía quizás no estemos siendo justos con las nuevas generaciones de compañeros y colegas. Les exigimos un humanismo que nosotros no teníamos a su edad. El humanismo se desarrolla con los años y para ello es necesario transitar por caminos muy difíciles. El humanismo nace y crece en las consultas y sobre todo a través de las personas que llenan esas consultas. Nace y crece cuando somos capaces de caminar por los mismos senderos de dolor, de soledad, de miedos y de incertidumbres por donde caminan los que nos piden ayuda en ese perpetuo peregrinaje que se llama labor asistencial. Adquirir humanismo es un esfuerzo permanente que nunca acaba. Ser ejemplo para los más jóvenes también es Deontología.

Los médicos tenemos que sentir la necesidad de “saber estar” y de “saber actuar” en cada momento de la vida de nuestros pacientes. La Medicina actual está evolucionando hasta unos niveles de complejidad técnica, científica y emocional impensables hasta no hace mucho tiempo. Vivimos en un mundo de cambios vertiginosos y no podemos permitirnos cometer el error de quedarnos atrás. Eso es Deontología.

Ejercemos nuestra profesión, y nuestra vocación, en una sociedad que no parece tener muy claro qué tipo de médicos desea tener. El usuario exige un médico con mono de trabajo; el enfermo demanda un médico con bata; y el moribundo y su familia, cuando ya nuestras vidas no son más que un pasaje para la otra, necesitan seres humanos que no solamente faciliten la facturación de su equipaje vital, sino que también transmitan a partes iguales ciencia, alivio, consuelo, empatía y presencia. Eso es Deontología.

Muchos de nosotros nos hemos visto obligados a dar un salto en el vacío que nos llevado desde el paternalismo al autonomismo; la sociedad nos ha ido desplazando de nuestro principio de beneficencia hasta el nuevo y sagrado principio de autonomía. En ese camino se nos ha ido despojando de muchos ropajes; hemos perdido autoridad, hemos perdido la aureola social, y también buena parte del respeto que nos profesaba la sociedad. Se nos ha roto la base del pedestal y nos hemos dado de bruces con el único vestido que nos queda: nuestra vocación. Ese deseo innato de cuidar y ayudar. La vocación es una pasión, pero también esto es Deontología.

Adoramos la tecnología como los antiguos adoraban al becerro de oro, pero cuando nos convencemos de su incapacidad para diagnosticar un estado de ánimo, una esperanza pérdida, una ilusión rota, una desazón o un dolor emocional, es cuando se busca al médico. Y siempre que nos busquen nos deben encontrar. Eso es Deontología.

Todo ello hace imprescindible a la Deontología y a nuestro Código. El Código de Deontología no es el Código Penal y quien así lo entienda está profundamente equivocado. El Código de la Circulación o el Reglamento de Fútbol no están pensados para castigar sino para proteger nuestras vidas y las de los demás en el primer caso y para disfrutar de un gran espectáculo en el segundo.

Entender la Deontología como una disciplina cuartelaria o punitiva es un error. Es nuestro tablón de juego y debe transmitirnos tranquilidad, seguridad, compañerismo y además puede, y debe, positivizar ese denostado concepto de corporativismo añoso que aún nos achaca una parte de la sociedad.

La Deontología se está haciendo más necesaria cada día porque va en proporción directa a la complejidad de nuestra profesión. En España nuestro Congreso nacional que, año tras año, vemos crecer en calidad y cantidad es el mejor testigo del progreso de nuestra necesidad deontológica.

Esta profesión nuestra es una montaña rusa y estamos expuestos a múltiples vaivenes: Autonomía del paciente, obsolescencia del paternalismo médico, nacimiento y desarrollo de los cuidados paliativos, consentimiento informado, genética, sedación, gestación por sustitución, atención a menores, publicidad médica, intrusismo, violencia de género, precariedad laboral, pseudociencias, inteligencia artificial, big data, eutanasia, transhumanismo, etc. Y por si todo esto fuera poco tenemos que ser especialmente escrupulosos en la relación con nosotros mismos y con el resto de profesiones sanitarias. Eso es Deontología.

Nuestro Código ha de ser nuestra guía y referencia, nuestro faro en todos los momentos de dudas e incertidumbres. La adquisición de una buena formación exige obediencia, disciplina, acatamiento de las normas y por supuesto un debate de ideas abierto desde el respeto a la pluralidad. Nuestro Código nos define como Profesión. Es un modelo de autoexigencia encaminado a conseguir, de la mano de la Ética profesional e individual, la máxima excelencia.

La Comisión Central de Deontología es, y debe ser, la nave nodriza de la Deontología; es decir aquella que lleva los depósitos de combustible para todos los barcos de la flota.

Estos barcos son la Organización Médica Colegial, los Colegios de Médicos, la Sociedades Científicas y las Facultades de Medicina y todos y cada uno de nosotros. A todos les hago el mismo ruego: potencien la Deontología en las sedes colegiales, den entrada en sus comisiones a compañeros jóvenes, promuevan su enseñanza en los programas de estudio, favorezcan, mediante jornadas y seminarios, su divulgación y conocimiento. Usemos el Código en nuestras consultas como libro de cabecera. Doten a las Comisiones de Deontología de más autonomía.

Me he permitido escoger algunos párrafos de la carta de Esculapio a su hijo porque considero que expresan con una intemporalidad absoluta el valor de la vocación y de la Deontología:

“¿Has pensado bien lo que va a ser de tu vida? Tendrás que renunciar a tu vida privada; mientras la mayoría de los ciudadanos pueden, una vez terminada su tarea, aislarse lejos del infortunio, tu puerta deberá estar abierta a todos. A toda hora del día o de la noche vendrán a tumbar tu descanso, tus placeres, tu meditación. Ya no tendrás horas que dedicarle a tu familia, a los amigos o al estudio.

No cuentes con que este oficio penoso te haga rico. Te lo he dicho: esto es un sacerdocio. Te compadezco si sientes afán por la belleza; verás lo más feo y repugnante que hay en la especie humana, todos tus sentidos serán maltratados. Habrás de pegar tu oído contra el sudor de pechos sucios, respirar el olor de nauseabundas viviendas, los perfumes subidos de las cortesanas, palpar tumores, curar llagas verdes de pus, contemplar orines, escudriñar esputos, meter el dedo en muchos sitios.

Piénsalo bien mientras estés a tiempo. Pero si indiferente a la ingratitud, si sabiendo que te verás solo entre las fieras humanas, tienes un alma lo bastante estoica para satisfacerse del deber cumplido sin ilusiones, si te juzgas pagado lo bastante con la dicha de una madre, con la cara que sonríe porque ya no padece, con la paz de un moribundo a quien ocultas la llegada de la muerte; Si ansías conocer al hombre, penetrar a todo lo trágico de su destino, entonces, hazte médico, hijo mío”.

Con esa reflexión Esculapio estaba escribiendo, en el siglo XIII antes de Cristo, los Principios Generales del Código de Deontología, nacido hace escasos días, y que comienzan así: “El médico está al servicio del ser humano y de la sociedad. Respetar la vida humana, la dignidad de las personas y el cuidado de la salud del individuo y de la comunidad son los deberes primordiales del médico. El médico debe atender con la misma diligencia y solicitud a todos los pacientes, sin discriminación alguna. La principal lealtad del médico es la que debe a su paciente”.

 

Aquellos que tienen el privilegio de saber, tienen la obligación de actuar. Albert Einstein (1879 – 1955).

 

Manuel Fernández Chavero, Secretario de la Comisión Central de Deontología de la Organización Médica Colegial de España.

 

medicosypacientes.com

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