sábado, julio 27, 2024
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Prudencia y honradez para un buen gobierno

Parecería obvio que quienes llegan a tener el poder en sus manos, podrían usar siquiera una parte del don de la prudencia y entender que se les ha confiado el gobierno para que dirijan el país con dotes de prudencia y muchas dosis de honestidad. Sin embargo, son virtudes que pocas veces son tomadas en cuenta, por considerar seguramente que es más importante lo que uno decide por sí mismo, sin tomar en cuenta el sentir de una sociedad que está pendiente de lo que pasa a nivel de las autoridades nacionales. Pero muchas de éstas, ensimismadas, piensan que son propietarias de organismos públicos que, en realidad, no les pertenecen y que fueron puestos bajo su autoridad, aunque temporalmente. Olvidan que son propiedad nacional, disponibles para beneficio colectivo.
Por ello, cuando se adopta falsas posiciones que dañan la confianza del pueblo, éste reacciona no solamente contra las autoridades sino en contra de las mismas normas establecidas para un buen gobierno, pero que no son cumplidas como se debería. En consecuencia, cuando se ha perdido la confianza en las autoridades, parece que se hubiese olvidado que una especie de cadena hace dependientes a gobernantes y gobernados, que a su vez deben ceñir sus comportamientos a las leyes. Todo lo que atenta contra las normas nacionales afecta de alguna manera a toda la población y deja funestos precedentes. Y es que la independencia de cada persona está ligada a los mismos derechos y el conjunto de éstos forman códigos y si hay violencia contra esos principios, son afectadas las normas relacionadas con libertad, justicia e independencia, favorables al bien común.
Por tanto, es necesario apreciar en su justa dimensión valores como justicia, equidad, ecuanimidad y veracidad porque son favorables al bienestar nacional; lo contrario violenta no solo derechos sino deberes y obligaciones generales, que son patrimonio que se debe cuidar para una verdadera buena convivencia.
Gobernantes que se acogen a las leyes para dirigir al pueblo, solo pueden tener esa exigencia. Si ellos cumplen con principios, valores y normas, será siempre motivo de reconocimiento general, pero si ignoran deliberadamente todo lo mencionado y hasta se aprovechan de su situación de poder para traicionar cualidades como honestidad y ecuanimidad; haciendo escarnio de las propias virtudes que pregonan, se puede decir que pierden la confianza y respeto del pueblo. Nadie puede alegar derechos si no los ha acatado debidamente; nadie puede reclamar libertad, justicia y democracia si no cumple debidamente con esos principios que son reglas de comportamiento. Nadie puede pedir honestidad si no es honrado en su vida y en relación con su prójimo. Nadie debería aprovechar los bienes ajenos, para hacer acopio de fortunas a costa del cargo que ocupa y apoderarse de dinero que es de toda la población. Finalmente, nadie puede labrar su propia felicidad a costa de la que otros tienen.

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