Francisco Arias Solís
Parte I
“Se dice que en el mundo hay ahora una mortífera epidemia de palomas… Y el Consejo de la Paz no encuentra por ninguna parte una paloma”. León Felipe.
Establecer un discurso sobre la idea de “cultura de la paz” no es, evidentemente, una empresa fácil, máxime si se pretende no incurrir en un planteamiento ligero. El handicap que supone el análisis de la cultura es ya, de por sí, notable, y más si se persigue diseñar una alternativa a las actuales formas culturales.
Actualmente el concepto de paz no se refiere sólo a la simple ausencia de guerra, sino que se relaciona con la ausencia de cualquier tipo de violencia que impida la satisfacción de cualquier tipo de necesidad humana básica. Así en palabras de Johan Galtung, la paz se caracteriza “por una elevado grado de justicia y una expresión mínima de la violencia”. Cualquier discurso sobre la cultura de la paz habrá de formularse, creo, a partir de este principio.
Vivimos en una civilización que proclama unos valores y dice defender unos derechos, y al mismo tiempo nos ofrece una realidad bien distinta y distante de aquellos valores. Una cultura de la paz ha de tratar de acercar los valores que predica con los hechos que practica, fomentando el uso de aquellos medios e instrumentos que permitan llegar a los fines, esto es, a la plena realización de los valores sociales asumidos. Una cultura de la paz implicará fomentar una educación para el cambio social y una pedagogía que desarrolle el conocimiento y la experimentación de opciones.
Uno de los hechos que ha llamado más la atención de la filosofía social contemporánea es, precisamente, el contraste entre las increíbles realizaciones tecnológicas de la especie humana, y la brutal incompetencia de la misma especie para conducir sus asuntos sociales. Es preciso remarcar este divorcio entre el ritmo del crecimiento tecnológico y el de la sensibilidad humana.
El discurso sobre la cultura de la paz, por tanto, habrá de entrar necesariamente en la reflexión sobre la conflictividad existente entre fines y medios.
Una cultura de la paz habría de reducir la parafernalia de símbolos y mitos modernos que dificultan que las personas asuman responsabilidades en primera persona. Además, la delegación de responsabilidades y toma de decisiones hacia instancia políticas alejadas de la persona individual, favorece el uso indiscriminado de la violencia por parte de esas instancias, que han integrado el uso de la violencia en la práctica común de la política y, de esa forma, la han insertado en la propia cultura.