sábado, julio 27, 2024
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Un mundo diferente: ¡ecologismo ya!

Es difícil, casi imposible, saber el fin de la historia o hacia dónde se dirige la humanidad. Si el destino del género humano fuera su extinción próxima, entonces no tendría mucho sentido, por ejemplo, hacer nada para frenar el jugueteo de la ingeniería genética, la disrupción de los algoritmos y la inteligencia artificial en nuestra vida cotidiana o la devastación de los ecosistemas. No obstante, si pensamos que la historia del universo, y particularmente la de nuestro plantea, no es determinista y en cambio se desarrolla en función de nuestro diario hacer, entonces todo cambia: el tablero ya no está movido por los dioses: somos nosotros mismos los que podemos hacer que no nos extingamos, o por lo menos que la vida dure un poco más.
En los últimos días, los titulares se llenaron de noticias referidas a la presencia alarmante de mercurio en ríos de la Amazonia boliviana, de los cuales varios grupos indígenas extraen peces para su alimentación diaria. Esa realidad es dantesca, pues aquel metal es mortífero cuando está en el cuerpo de los seres humanos (sobre todo en fetos y embarazadas). La mayor parte de los políticos bolivianos (hubo, como siempre, notables pero pocas excepciones), sin embargo, no dijo ni hizo mucho, debido tal vez a que el estamento político entiende cada vez menos un mundo en creciente complejidad, un mundo en el que, además, se descubren más cosas día a día. Ahora bien, quizás la pregunta más interesante sería esta: ¿qué podrían hacer realmente los políticos, incluso los más despiertos, para impedir el ecocidio? Tal vez no mucho, sobre todo si tenemos en cuenta que los brazos del estado tienen poco poderío (quizás cada vez menos) cuando de frenar el lucro se refiere y que un contexto capitalista —que es el que prima en el mundo— no pone un alto al afán de lucro del ser humano, el cual es letal para la naturaleza.
Para hallar soluciones efectivas a los problemas que la humanidad enfrenta en el presente, como la crisis del medioambiente, se necesita cooperación entre estados y gobiernos. Sin embargo, no parece que, al menos por lo pronto, las grandes potencias se preocupen mucho por la degradación progresiva de los ecosistemas, pues ellas están sumidas en otro tipo de inquietudes, vinculadas sobre todo con la hegemonía política, el nacionalismo y la economía. Lo grave es que los países pequeños como Bolivia tampoco hacen algo —aunque claramente por otros motivos— para frenar la deforestación o la contaminación de sus ríos y lagos. La única alternativa que queda entonces, según mi modesto entender, es la concienciación individual de la ciudadanía, la cual puede ejecutar solamente cambios muy pequeños, sí, pero también muy seguros.
En este escenario poco alentador, la buena noticia puede ser que pequeños cambios, replicados en miles o millones de individuos, pueden significar un gran cambio. Lo importante es que quienes tenemos un estilo de vida amigable con el medioambiente comencemos a trabajar desde, literalmente, el día de hoy, ya sea dando el ejemplo de una vida respetuosa con lo verde o predicando el evangelio del cuidado de los bosques y el agua. No creo que los fanatismos sean buenos, pero sí creo en una labor porfiada cuando de hacer el bien se trata: si no queremos que el medioambiente periclite, hay que comenzar a poner en práctica una serie de hábitos que eventualmente —repito: solo sí se multiplican por mil o un millón— pueden constituir algún cambio significativo: utilizar menos agua para el lavado de los trastos y durante la ducha, usar menos bolsas plásticas, lavar menos el coche (o no lavarlo si no es muy necesario), nunca más encender más fogatas y nunca más botar basura en las calles. Todos esos hábitos que acabo de mencionar no te demandarán un gran esfuerzo y son indispensables para que tus hijos o tus nietos no padezcan sequías, hambrunas u otro tipo de calamidades que pueden ser ocasionadas por el cambio climático o el desbalance de los ciclos naturales, los cuales ya está sintiendo la humanidad. En general, los ismos me producen repulsión. Empero, el ecologismo me parece, más que una ideología recalcitrante, un modo de vida razonable debido a los tiempos que vivimos.
Escribo esto porque realmente no pienso que político alguno vaya a implementar ninguna política ni para frenar la devastación de los bosques y la contaminación ambiental, ni para concienciar a la ciudadanía sobre la importancia de lo verde en el mundo. Tampoco creo que en 2025 algún candidato vaya a incorporar en su programa de gobierno una política ambiental seria y factible, pues ello lo haría impopular entre los capitalistas, o sencillamente entre la gente que cree neciamente que el cambio climático es un invento ridículo de la propaganda, y por ende no ganaría la elección, que es lo que más querrá y le importará. En consecuencia, la esperanza no puede estar sino en el individuo, en cuyas manos está la posibilidad del cambio positivo, tanto en este como en otros desafíos de cara al futuro.

Ignacio Vera de Rada es profesor universitario.

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