Cristian Garvía Araoz
Parte I
La humanidad ha vivido, y lamentablemente aún vive, numerosos hechos de violencia y de graves injusticias. Sin embargo, parece que vejámenes, asesinatos y apremios ilegítimos en contra de miles de humanos a lo largo de la historia, no convencen a algunos, y hay quienes niegan directamente que tales hechos se hubieran dado en la realidad. A este tipo de contestación se la ha llamado “negacionismo”, ante la cual muchos países se han dotado de leyes especiales para impedir que sus dolorosas experiencias del pasado sean olvidadas, o peor, sean repetidas. En este tipo de situaciones lo que está en juego es una “verdad histórica”, que bien puede ser estudiada realmente con seriedad, desde una perspectiva estrictamente histórica para revelar posibles exageraciones o posibles atenuaciones deliberadas de cómo fueron los hechos en realidad.
Negar o afirmar que un trágico hecho dado fue real o no, o bien que no es más que la invención de unas personas, es importante para evitar que se repita en el futuro y para castigar a quienes lo cometieron. Cuando se habla de “la verdad”, aun cuando parezca algo dado, algo a lo que se tiene acceso nada más mirando las cosas tal y como son, como el aire, el día o la noche, a veces acceder a la realidad requiere un esfuerzo bastante serio. Reunir todos los elementos que conforman el cuadro de la realidad del pasado, la realidad de las cosas que nos rodean, no es solamente tarea de los historiadores. Efectivamente, los científicos también han hecho su parte por comprender objetivamente la naturaleza y esclarecer el porqué de muchas cosas.
El fino conocimiento de los hechos “tal y como son” es el ánimo de todas las ciencias, y el principio de toda aplicación tecnológica. Así, conocer la realidad implica en la práctica distintas consecuencias que el no conocerla. La cura de las enfermedades, el uso casero de la tecnología y otros aportes de la técnica son posibles gracias a que conocemos cada vez mejor las numerosas leyes de la naturaleza.