sábado, julio 27, 2024
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¿Por qué contentarse con tan poco?

Cuando nuestros estudiantes, en los diferentes subsistemas, están cerca de concluir un grado o años de estudio asumen distintas actitudes. Unos muestran entusiasmo por haber cumplido con las exigencias del grado anterior; otros expresan el afán –culminado el bachillerato o diversificado– de matricularse en una universidad, tal vez no con la seguridad de que la carrera seleccionada será la que le agrade, bien sea por la recomendación de mantener la trayectoria profesional culminada por sus padres, en aras de ser el relevo o dar continuidad a los negocios familiares, o por una decisión propia: “a mí me gusta esa carrera, porque…”.
Usualmente, cuando asisto a alguna ceremonia de promoción de estudiantes, que culminan satisfactoriamente sus estudios, pocos son los que son reconocidos con distinciones, como producto de sus altas notas de promedio, lo cual sienta, no un grado de diferencia con relación al resto de los graduados y graduadas, sino un reconocimiento al esfuerzo hecho durante toda la carrera.
La problemática se centra en ¿por qué hay estudiantes conformistas?, es decir, que se dan por satisfechos, cuando aprueban con las notas necesarias, o simplemente cuando su promedio cae en la escala de “bueno”.
Es cierto que hombres y mujeres debiéramos trazarnos metas, el problema está en que no todos lo hacen; pues suelen vivir la rutina del día, sobre la base de lo que pueda suceder, sin aspiraciones mayores.
Recuerdo en una ocasión, años atrás (muchos, por cierto), que una asignatura en particular, nos costaba horrores comprenderla, a pesar de la profesora se esforzaba en su labor, sin embargo, nosotros como estudiantes, no.
¿Qué hacer? Me acerqué a la profesora, solicitándole ayuda colectiva, ella me respondió: “Te puedo ayudar, pero con las condiciones siguientes: 1. Deberás estudiar los siguientes capítulos del libro…, antes de ir a mi casa. 2. El domingo en casa, temprano, tengo muchas cosas que hacer, pero ahí veremos cómo distribuirnos el tiempo. 3. Posteriormente te reunirás con tus compañeros y les explicarás los ejercicios, sobre los cuales te aclararé las dudas, para la realización de los mismos”.
¡Socorro!, pensé: 1. Tratar de “digerir” los capítulos del libro, indicados por la profesora, de forma autodidacta. 2. Darme la responsabilidad de explicarles a mis compañeros, cuando realmente estaba “frito” en ese momento. 3. Llegar a la casa de la profesora, su “santuario”.
Estuve ese día temprano, como me lo había indicado, por supuesto, las dudas todavía eran miles, pero ni modo, era la única opción, no había otra: O sacar la asignatura “contra viento y marea” o perecer en el “combate”. Me indicó que fuese a la pizarra, ubicada en la sala. Agregó: “toma la tiza y soluciona el problema siguiente…”. Yo parecía tonto, no sabía qué hacer y ella con paciencia, mucha, me fue indicando, de una forma casi mágica, el porqué de las cosas, la aplicación de los conceptos mismos. El tiempo fluyó sin darme cuenta.
Esa misma tarde, me puse contento y agradecido a la profesora, por supuesto, quedaba una condición, explicarles a mis compañeros esa misma tarde, tarea que fue cumplida. Llegó el día del examen, recuerdo que obtuve la mejor nota de mi vida, sumando a lo anterior, el agradecimiento del colectivo, pero lo mejor fue la lección aprendida:
Basta que nos propongamos algo, con esfuerzo, con sacrificio, con ayuda de otros, para alcanzarlo. Nuestro planeta está hecho para los más avezados.

El autor es Licenciado en Ciencias Pedagógicas.

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