lunes, septiembre 2, 2024
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La mentira en política

“Mi general, en cuanto se produjo la amnistía, las culebras y ratones han salido de sus madrigueras para envenenarnos; ahora mismo lo sentimos” (1).
Así decían los que no respaldaban la restitución del sistema democrático. El dato es de hace aproximadamente 50 años. Cuando de “eternos agitadores y malintencionados” (2), se tildaba a quienes tendían a practicar política, en esos años en que se imponía la fuerza. En circunstancias que el civilismo pretendía levantar cabeza, invocando la democracia, conculcada desde la década del 60 del Siglo XX.
“Con la mentira, no se puede hacer política”, dijo, hace poco, cierto parlamentario. Posiblemente ha incurrido en un lapsus linguae el representante nacional. La mentira, según hechos del pasado mediato e inmediato, siempre tuvo un papel protagónico en la actividad política. Ha sido un señuelo para captar incautos, atraer a votantes en tiempos electorales. Para hacer promesas y olvidarlas. Para encubrir desaciertos y tratar de perpetuarse en el Poder. Para derrotar al adversario. Para distraer. Para imponer objetivos político ideológicos. Sin la mentira parece que no habría política ni políticos.
Políticos falsearon, de manera permanente y sistemática, la verdad histórica, o recurrieron a medias verdades, con el afán de mantenerse vigentes. Esa actitud se la ha visto hoy como ayer. La mentira, sinónimo de oferta electoral incumplida, ha deteriorado la imagen de quienes compitieron, en la arena de las lides respectivas. En consecuencia: sus protagonistas perdieron credibilidad ante la historia y los hombres. Sus discursos se devaluaron, perdieron eficacia y no despertaron expectativas entre la ciudadanía. Han caído en saco roto, en más de 40 años de proceso democrático. “En boca del mentiroso, lo cierto se hace dudoso”, dice el refrán.
Políticos, o quienes dicen ser políticos, que vivieron y medraron, hasta el hartazgo, a costa del erario nacional. Que, en democracia, estuvieron en permanente carrera electoral, posponiendo los problemas más apremiantes, del país. La indiferencia ha reinado como de costumbre. En momentos que la ciudadanía atravesaba, inclusive, situaciones difíciles, a raíz de las crisis económicas, mismas que se profundizaron últimamente.
Bolivia, a poco de celebrar el bicentenario de su fundación, continúa inmersa en problemas considerados como sensibles, como consecuencia de la falta de patriotismo y desprendimiento de los llamados políticos, quienes, para colmo de males, creen ser los “enviados”. Actitudes que se han ratificado no sólo en dictadura, sino, particularmente, en democracia. Bajo la administración de la cosa pública, tanto de militares como de civiles.
En suma: sería interesante que los políticos, de derecha o izquierda, actúen con transparencia y con la verdad en la mano, a fin de recuperar la credibilidad y la confianza, que la perdieron, en democracia. Y que nadie los estigmatice de “eternos agitadores y malintencionados”.

NOTAS
(1) Juan Centellas C.: “La Gran Interrogante”. Editora Hermenca, La Paz – Bolivia, 1980. Pág. 62.
(2) Ídem, Ídem.

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