viernes, julio 26, 2024
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Un discorde en concordia

Recorro las calles de su intriga, en mi forma más humana, anhelando ser el cóndor que se interna en las nubes de su delicadeza, deseando ser el eterno vigía que protege su felicidad. A pesar de no obtener respuesta, le sigo escribiendo, porque ella es la única que me calienta con su corazón frío, despertando el afán de las ñustas que yacen alimentando mi ingenio.
Rodeado de incondicionales y farsantes, me bebo un té con té, imaginando el sabor de su boca, creando versos que estén a la altura de Nuestra Señora, un homenaje que nace de su dichosa efeméride, como muchas de las maravillas que brotan de su piel canela. El cierzo andino acaricia las kiswaras, así como Tamayo acariciaba su pluma, para hacer de las khantutas un poema de consagración.
Al igual que las queñuas meditan en soledad, resistiéndose a su inexorable desaparición, yo también medito cercado de incomprensión, declamando en tiempos de incultura. En madrugadas de insomnio reafirmo mi compromiso, inventando estrofas que perduren en el infortunio de mi condición, respetando el juramento que le hice a mi morena, cuando recostados en los pies del Illimani, mirábamos con esperanza las estrellas del munay.
Renuncié al anonimato esperando reencontrarme, en un sendero atestado de inepcia, me fui diferenciando entre tanto monolito, con la intención de enarbolar la tea que dejó Murillo. Afamada, esbelta y encantadora, fue despertando mi interés desde muy temprano, cuando sus tardes solían contener la imaginación de mi niño explorador, descubriendo el sabor dulce de las pasankallas en San Pedro.
Ahora que la compañía de sus noches me aprisiona, que el licor de sus bares me rescata, degusto del sabor amargo de sus aceras. Un romance que deambula por Sopocachi, manteniéndome en constante iluminación; un impulso repentino que me provoca componer, por el nombre de mi antecesor que permanece en Calacoto, por el frenesí que me genera una ciudad embelesada.
“Linda silueta de bella mujer, ojos muy negros de hondo mirar”, “Patriótica armonía”, resuena como eco en las avenidas que conducen hacia su vientre. De rojo punzó y verde esmeralda, hace gala de su mística con trajes de Caporal; una fuente inagotable de inspiración, idolatrada por majestuosos nevados, y por el espléndido designio de los astros que gobiernan en julio.
Me proclamo un discorde en concordia con la dueña de mis versos, pues mis palabras son las ofrendas que buscan fecundar sus tierras, honrando a los dioses que descansan en la profundidad de sus lagos, despreciando a todo aquel que ose faltarle el respeto, mediante una ignorancia supina y una sonrisa desbordante de malas intenciones.
Con mi puño y letra regenero el cuerpo de Amaru, declarando la guerra a la simpleza del momento, extendiendo las alas de mi cognición a 3.650 metros sobre el nivel del mar, dejando que su cosmovisión me guie hacia la libertad. Bendita sea La Paz que me aguarda, en medio de la meseta del altiplano de los Andes, lar de belleza sagrada y sabiduría ancestral.

El autor es Comunicador, poeta, artista.

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