martes, julio 23, 2024
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Tipología del político: Olañeta, el “Talleyrand criollo”

Juan Chávez Alanoca

Parte I

Por la fundación de Bolivia, creada mediante el Acta de Independencia adoptada en la Sesión de 6 de agosto de 1825 por la Asamblea Deliberante, es necesario homenajear a nuestros Libertadores: Simón Bolívar y Mariscal Antonio José de Sucre, con ofrendas cívicas y florales, como también dilucidando la asombrosa participación del Dr. José Joaquín Casimiro Olañeta y Güemes.
En ese contexto, hasta fines del Siglo XIX predominaron las prácticas políticas y diplomáticas de la Edad media y el Renacimiento, en las que prevalecía la técnica del engaño, la malicia y la mentira, con el talento político del Conde de Beneventto; Carlos Mauricio Talleyrand Perigord, cuya conducta y frases se convirtieron en fuente de inspiraciones. Era un bellaco al servicio de la Monarquía Francesa del rey Luis XVI, pero al instante también alentó a los revolucionarios, quienes lo depusieron. Le daba lo mismo trabajar para el rey, como prestar su concurso a los que lo guillotinaron. Fue inmoral, únicamente le fascinaba la notable habilidad para conseguir los favores de la monarquía y luego ser obsecuente servidor de los revolucionarios. Tal estrategia le permitió ser Presidente de la Asamblea Nacional de 1790 y, enseguida, desempeñar funciones de Ministro durante el Directorio, el Consulado, el Imperio y la Restauración. No solo fue un tránsfuga político, venal y traicionero, sino sagaz para mantenerse firme en el poder y/o gobierno.
Talleyrand justificaba su conducta sin rubor: “Después de los naufragios, se necesita pilotos que salven a los náufragos”… o cuando en tono sentencioso expresaba: “Dios dio al hombre la palabra, para que pueda ocultar su pensamiento”, o cuando añadía que “la mentira es cosa muy buena, con tal de no abusar de ella”.
Igualmente José Fouché, Ministro de Policía, inescrupuloso e inmoral, llegó a ser el hombre más poderoso e influyente de su época, fue un “traidor de nacimiento, miserable, intrigante, de naturaleza escurridiza…, tránsfuga profesional… ”, y explicó el hecho de haber escrito la historia de su vida porque deseaba realizar “una aportación a la tipología del hombre político”.
La celebridad de Talleyrand y Fouché se extendió a los pueblos iberoamericanos sojuzgados por el régimen colonial; así en la ciudad de La Plata o Chuquisaca emergió el discípulo más conspicuo, Dr. José Joaquín Casimiro Olañeta y Güemes, conocido como el “Talleyrand Criollo”. Charles W. Arnade agrega que Olañeta no podía ni siquiera deletrear el nombre de “su modelo”, pues en una de sus cartas el Dr. Casimiro dejó escrito: “Quiero hacerme el elogio de decir a V. que “Talleyran” no habría hecho más.
Así el Dr. Casimiro Olañeta, mientras trabajaba para el ejército realista de la corona española, como asistente y sobrino del último gobernante del Alto Perú, Gral. Pedro Antonio de Olañeta, muy ágilmente se pasó al bando de los patriotas que luchaban por la emancipación colonial.
Y una vez proclamada la República de Bolivia, sirvió y traicionó sucesivamente a los gobiernos de Sucre, Velasco, Santa Cruz, Ballivián y Linares. Olañeta justificaba su conducta desleal diciendo: “Yo no cambio, los que cambian son los gobiernos” y añadía: “Me llamáis inconsecuente; si los gobiernos no son consecuentes con los principios, ¿cómo queréis que yo lo sea con ellos? Sed vosotros consecuentes con las personas y yo lo seré con los principios”. Servía a una mala causa y la explotaba en su provecho, sin pena ni remordimiento, porque se reservaba el derecho de traicionarla en el momento oportuno, en el nombre de la libertad y entonces medía la importancia del servicio por la malicia del acto, como si en su concepto ninguna ofrenda más espléndida pudiera deponerse en las aras de aquella deidad, que un acto de insigne inconsecuencia o de inaudita felonía, y así repetía el mismo juego, una y otra vez.
No solo actuó en el escenario de la política nacional, sino que fue tan inescrupuloso como para tomar contacto con países como Perú, invitando a invadir Bolivia. En el momento preciso, cuando los invasores perdían popularidad, extendía nuevamente la bandera boliviana.

El autor es Abogado.

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