Luciana Constantino
Una investigación publicada en la revista Nature aporta una nueva metodología que hace posible calcular la capacidad de absorción del carbono de las áreas en regeneración de los bosques tropicales en el transcurso del tiempo y podrá contribuir a su vez al debate referente a los planes de mitigación de los efectos de los cambios climáticos y los pagos de servicios ambientales.
El referido estudio, encabezado por científicos del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (Inpe) de Brasil y de la Universidad de Bristol, en el Reino Unido, es el primero de este tipo que se realiza a gran escala mediante el empleo de teledetección. Los datos satelitales, obtenidos entre 1984 y 2018, permiten no solamente monitorear el crecimiento de los bosques secundarios sino también entender la distribución etaria de esa vegetación en su extensión tropical.
Con base en dicha edad, fue posible elaborar curvas de crecimiento que contemplan variaciones del clima, condiciones ambientales y trastornos provocados por el hombre (tales como incendios y la extracción selectiva de madera), que permiten cuantificar la capacidad de absorción de carbono de los bosques secundarios, áreas totalmente deforestadas donde la vegetación nativa ya ha sido extraída en su totalidad.
De acuerdo con este trabajo, las regiones en recuperación de las tres mayores selvas tropicales del mundo –la amazónica (América del Sur), la del Congo (África central) y la de Borneo (en el sudeste asiático)– están removiendo al menos 107 millones de toneladas de carbono de la atmósfera anualmente, lo que acumuló 3.560 millones de toneladas hasta 2018.
Ese total acumulado es suficiente como para compensar el 26 % –un poco más que una cuarta parte– de las emisiones brutas de carbono provocadas por la deforestación global (10.520 millones de toneladas) y por la degradación producto de la acción humana (2.910 millones de toneladas), fundamentalmente debido al fuego y a la tala selectiva de madera, en su mayoría de casos ilegal.
“Los resultados de esta investigación tienen importancia tanto para los inventarios nacionales de emisiones de carbono presentados ante las Naciones Unidas cuanto en lo que concierne al gran potencial de Brasil para atraer recursos financieros mediante inversiones en áreas de gestión y pago de servicios ambientales”, le explica a Agencia FAPESP el jefe de la División de Observación de la Tierra y Geoinformática (DIOTG) del Inpe, Luiz Eduardo Oliveira e Cruz de Aragao, coautor del artículo.
Oliveira e Cruz de Aragao hace referencia al Programa para la Reducción de Emisiones por Deforestación y Degradación Forestal (REDD+), un incentivo desarrollado en el ámbito de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (UNFCCC) para compensar financieramente a los países en desarrollo por sus resultados en los programas de disminución de las emisiones de gases de efecto invernadero generadas por la deforestación y la degradación de sus bosques.
El referido programa contempla el rol de la conservación y del aumento de existencias de carbono forestales, aparte del manejo sostenible de los bosques. Los inventarios nacionales son informes que publican los países y que se envían a la UNFCCC con datos y un panorama de las acciones tendientes a disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero.
“Nuestro estudio suministra las primeras estimaciones pantropicales de absorción de carbono encima del suelo en bosques en recuperación de la degradación y la deforestación. Si bien sigue siendo prioritario proteger los bosques tropicales antiguos, demostramos el valor de gestionar de forma sostenible las áreas que pueden recuperarse de las acciones humanas”, afirmó en declaraciones a la asesoría de la Universidad de Bristol la investigadora Viola Heinrich, primera autora del artículo, quien se desempeña bajo la dirección de Oliveira e Cruz de Aragao.
EL POTENCIAL
De acuerdo con esta investigación, también se había deforestado alrededor del 35 % de las áreas degradadas de las tres selvas tropicales hasta 2018. Los investigadores calculan que, de haber sido preservadas, estas almacenarían 5.890 millones de toneladas de carbono, lo que sería suficiente como para contrabalancear el 48 % de las emisiones brutas derivadas de la pérdida forestal (12.340 millones de toneladas).
Se considera como bosques degradados a las áreas que sufrieron algún tipo de daño, ya sea por acción del fuego o por las talas selectivas, por ejemplo, y perdieran parcialmente sus existencias de carbono. En las áreas deforestadas, se ha extraído toda la vegetación original, incluso con alteración del uso del suelo para pasturas o para la agricultura y altos niveles de emisión de gases.
“Con la metodología que planteamos en la investigación, es posible evaluar si ha habido una mengua en el potencial de recuperación de biomasa de un área afectada por el fuego, por ejemplo. Esto puede hacer su aporte al mercado de carbono para que los inversores evalúen el potencial de regeneración de una determinada área. De cualquier manera, cuanto más se preserve la selva en pie, mejor”, le dice a Agencia FAPESP Ricardo Dal’Agnol, uno de los autores del artículo, quien actualmente trabaja en Estados Unidos como investigador en el Instituto Ambiental y de Sostenibilidad de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA) y en el Laboratorio de Propulsión a Chorro de la Nasa (la agencia espacial estadounidense).
Antes de ello, Dal’Agnol integró el DIOTG/Inpe, cuando contó con el apoyo de la FAPESP mediante una beca posdoctoral.
La FAPESP también apoyó el estudio publicado en Nature con el otorgamiento de becas posdoctorales en Brasil y en el exterior al investigador del Inpe Henrique Luis Godinho Cassol.
De acuerdo con las estimaciones de los autores, la conservación de la recuperación de áreas degradadas y de bosques secundarios puede tener un potencial futuro en carácter de sumideros de carbono de 53 millones de toneladas anuales en las principales regiones tropicales estudiadas.
“El enfoque que recae sobre la protección y la restauración de bosques tropicales secundarios y degradados constituye una solución eficiente para la implementación de mecanismos robustos de desarrollo sostenible en los países tropicales. Esto le agrega valor monetario a los servicios ambientales que suministran los bosques, beneficiando económica y socialmente a las poblaciones locales”, añade Oliveira e Cruz de Aragao.
No obstante, el grupo hace hincapié en que los esfuerzos tendientes a proteger los bosques secundarios y degradados no pueden concretarse en detrimento de la conservación de las áreas nativas (primarias), que siguen constituyendo las estrategias más rentables de mitigación climática.
LOS SUMIDEROS
Los bosques tropicales constituyen uno de los ecosistemas más importantes con miras a mitigar los cambios climáticos, junto con los océanos y los suelos. Se considera que los bosques son sumideros de carbono que funcionan como una especie de “vía de doble mano”: mientras crecen y se mantienen absorben carbono, y cuando se los degrada o se los tala liberan gases de efecto invernadero.
Con el objetivo de evitar que la atmósfera global se caliente más de 2 °C, de preferencia que no supere 1,5 °C con relación al período preindustrial, las emisiones de carbono deberían disminuir al menos un 45 % para 2030 y llegar a cero en 2050. Sin embargo, la trayectoria aún es de crecimiento en el mundo, tal como se lo demostró en el informe Emisiones de CO2 en 2022, de la Agencia Internacional de Energía (IEA, en inglés).
Dicho documento, que contiene un panorama de la contaminación climática que genera el sector de energía, con enfoque en el CO2 resultante de la quema de combustibles fósiles, reveló un aumento del 0,9 % (321 millones de toneladas) en 2022, con el consiguiente nuevo récord de más de 36.800 millones de toneladas emitidas.
En Brasil, las emisiones de gases de efecto invernadero experimentaron en el año 2021 (el último dato divulgado) la mayor alza en casi dos décadas. Un informe del Sistema de Estimaciones de Emisiones de Gases de Efecto Invernadero del Observatorio del Clima, una red brasileña de organizaciones de la sociedad civil, muestra que el país emitió 2.420 millones de toneladas brutas de CO2, un incremento del 12,2 % con relación a 2020. La principal fuente de emisiones fue la deforestación, fundamentalmente la de la Amazonia, seguida por la actividad agropecuaria.
En marzo de 2021, el grupo de científicos ya había publicado en la revista Nature Communications un estudio en el cual demostraba que el mantenimiento del área de bosque secundario en la Amazonia posee potencial como para acumular 19 millones de toneladas de carbono por año con la mira puesta en 2030, con un aporte de un 5,5 % a la meta de disminución de emisiones netas de Brasil hasta ese año. De evitarse los incendios y la deforestación repetida, las existencias de carbono de la selva secundaria amazónica podrían ser un 8 % mayores… (Agencia FAPESP).