lunes, septiembre 2, 2024
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Hacemos lo que somos

Somos lo que hacemos. Y hacemos lo que somos.
El mandato moral de nuestra existencia es la auto construcción permanente, la superación individual, contribuyendo a la superación colectiva. Somos lo que son nuestras emociones, nuestra escala de valores morales, todo cuanto pensamos sobre las cosas, nuestras conquistas y anhelos frustrados, amores y desamores, somos al final de cuentas nuestra identidad.
Los sonidos de la vida están vibrando en nosotros, son las horas, son los días, despertando alegrías y miedos. Pensamiento, idealismo e ilusión, abismo y cima, lo perfecto perfectible. Eso también somos. Tenemos libertad para escoger las metas de nuestra vida, una vida en continua evolución y, sobre todo, queremos ser felices. Ya bien lo decía Jacques Rousseau: “el hombre es bueno por naturaleza, es la sociedad la que lo corrompe”.
¿Cómo explicar entonces las variadas versiones de hombre? El enfoque para esta ocasión es “el hombre en su versión de político”: persona que se dedica a la política, con el propósito de “contribuir al bien común y la felicidad de los ciudadanos”. Contrastamos este concepto con la realidad, y llegamos a la versión del hombre político que profana la ley ¿Cómo explicar esta versión de hombre? No son todos, son cada vez más.
Un listado extenso de acciones u omisiones que califican a venales, corruptos, dolosos, arbitrarios, prevaricadores, son algunos de los más comunes. ¿Cómo explicamos la conexión entre políticos activos y delitos?
Por otra parte, el deterioro en la conducta del grupo colectivo boliviano, puede explicarse, bajo el punto de vista sociológico, como el reflejo de la conducta de quienes legislan, juzgan y gobiernan, exacerbando demonios ocultos en la conciencia ciudadana, incitándola a ser infractora, reactiva, irrespetuosa, errante, anárquica. La identidad colectiva está siendo desmoralizada en sus principios de solidaridad, impactada en sus creencias -pasos previos a una sociedad ingobernable, cuando debería ser a la inversa, esto es que, la autoridad pública, sea el ejemplo y la inspiración para la auto superación ciudadana, generando un círculo virtuoso en la relación gobierno-pueblo. Eso sí sería un «vivir bien».
¿En qué momento el político cambió su esencia de hombre bueno? Algunos dicen que, en la familia, otros opinan que, en la escuela, (o una concurrencia de ambas), una mayoría cree que tal metamorfosis sucedió al momento de ingresar a la política activa. (A un partido sería un mejor decir) como algo que se vuelve consustancial.
¿Cómo fue ese instante brumoso y sombrío de esa persona recibiendo la “coima” antes de dictar la sentencia, o concediendo la adjudicación? Cómo fue “su primera vez”, destruyendo los principios de moralidad. Cómo es que modificó el alfabeto del comportamiento tornándolo contagioso y repetitivo, subastando su honradez.
Habiendo llegado hasta aquí cabe la pregunta ¿será necesario implicarnos como colectividad consciente, reflexionando sobre esta situación? Esto es involucrarnos y mejorar la calidad moral de nuestras vidas. ¿Empezamos con lo que somos o priorizamos lo que hacemos? Es cuestión de criterio y conciencia resolver la correlación, encontrar el hilo conductor del enfoque: hacemos-somos, o viceversa, somos-hacemos.
Porque, por otra parte, es innegable que el tejido social se resiente y cambia su esencia de «ser» (educación), reflejándolo luego en su «hacer» (actuación). Sentir vergüenza propia y ajena por lo que cada día hacemos y permitimos hacer, agraviando la ley (señores está creciendo el lodo), comprender a los semejantes, y entender sus equivocas razones para tanta falacia; encumbrar tenazmente el compromiso de ayudar al buen quehacer. El intento que ahora comienza tiene un inmenso valor, señores, ¡Bolivia puede ser mejor!

El autor es Periodista.

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