El gobierno del Estado Plurinacional, como otros anteriores, ha levantado la bandera de la industrialización del país, con la seductora idea de sacarlo del profundo abismo al que fue conducido desde décadas pasadas, pero especialmente en las dos últimas.
La idea de industrializar al país es interesante, pero no pasa del nivel teórico. El valor de un concepto es que pase del yunque al fuego de la práctica y solo entonces se puede decir que era bueno o malo. Por tanto, anticipar que va a tener brillantes resultados, que estableceremos récords en todos los campos, lo único que revela son deseos y, por el contrario, pueden llegar más fracasos.
Hay industrializaciones e “industrializaciones”. En la historia de Bolivia de los últimos cien años se han realizado experimentos de industrialización por parte de varios gobiernos y se ha invertido cuantiosos fondos con esa finalidad. Sin embargo, lo más notable es que se ha jugado con las esperanzas de la ciudadanía que pasó del optimismo al repudio a quienes habían ofrecido el éxito con esos proyectos gubernamentales. Y es que se trataba de conducir la economía del país por el capitalismo de Estado, como si fuera el “puente” más efectivo para pasar el río y llegar a la orilla del socialismo. Pero casi cien años de promesas, para establecer industrias, terminaron en un enorme fracaso, salvo muy pocas excepciones y solo con el costo de que pasen a propiedad de la iniciativa privada.
Los tres gobiernos de Evo Morales, jefe del MAS, son el ejemplo más patético de esa política industrializadora. Gastó en aviones, industrias, plantas de todo tipo por valor de más de 30 mil millones de dólares en quince años, pero el resultado fue catastrófico. En efecto, esos “elefantes blancos” no son rentables, sino que funcionan a pérdida y no han aportado significativamente a la creación de los empleos requeridos por los ciudadanos bolivianos.
Ese fracaso es resonante, no solo como proyecto económico, sino de orden político. Pero hay algo notable del caso. El fracaso rotundo de esa industrialización, con el derroche de más de 30 mil millones de dólares, no es reconocido (mejor dicho, no quiere ser reconocido) y nuevos gobiernos repiten, como un acto de estupidez, el error por tercera y cuarta vez.
El actual “gobierno de la industrialización” no ha recogido las ostentosas experiencias del pasado, ni muchísimo menos. En vez de evaluar esos fracasos y hacer las correspondientes correcciones para que funcionen esos “elefantes blancos”, por lo menos en parte, sigue empeñado en ir por el camino de las espinas.
Al respecto, se podría convenir que, si los gobiernos pasados hubiesen invertido esos miles de millones para solucionar los gigantescos problemas del país y realizar obras productivas, otro sería el presente de Bolivia y estaría yendo por el camino de las rosas.