De tiempo en tiempo, el mundo ingresa en periodos más violentos e intolerantes en los que las posturas racionales y moderadas son tenidas como la voz de la tibieza o la pacatería, o son directamente menospreciadas. Yo temo que el tiempo actual, pese a los avances democráticos de casi todas partes, es en muchos sentidos parecido a las épocas más violentas que afrontó la humanidad, como la Edad Media o el tiempo de los fascismos y comunismos. Sin embargo, lo que existe hoy, y no había antes, es la comunicación cibernética, que ayuda a descentralizar la información y eliminar el monopolio informativo de los medios de comunicación tradicionales, muchas veces alineados con el poder hegemónico. Hoy, gracias a las redes sociales, es casi imposible ocultar hechos, como hacían los nazis y comunistas, y cualquiera que posea un dispositivo digital con internet, más una inteligencia relativamente aceptable, puede informar desde su realidad lo que acaece en su entorno con un nivel de veracidad aceptable. No obstante, las redes son armas de doble filo, pues también sirven para propalar distorsiones o directamente falsedades, lo cual ocurre a menudo; están saturadas de información de todo tipo, desde publicaciones de fanáticos religiosos o feministas hasta notas relacionadas con la moda o la farándula. Entonces, tenemos que en el mundo actual informarse acerca de lo que ocurre en el mundo es quizás igual de difícil que en las épocas de nuestros abuelos o tatarabuelos.
Bertrand Russell es uno de los autores que me han enseñado a dudar de todo, lo cual puede ser provechoso porque nos permite poner en entredicho las posturas radicales de quienes se creen poseedores de la verdad, pero también angustioso porque, si aquel ejercicio es llevado al extremo, nos puede colocar en el vilo del absurdo o el nihilismo. Hace poco terminé de leer los Ensayos impopulares de aquel autor, y leyéndolos no pude no asociar los fenómenos sociales y políticos de mediados del pasado siglo que él describe con los que están ocurriendo en el presente. Russell, lógico y próximo al empirismo, propone al autor ser escéptico de los relatos históricos, de las ideologías políticas y de las religiones dogmáticas, que dividen a las sociedades en bandos irreconciliables, instauran el miedo en sus rebaños y tratan de llevar la historia por donde ellos creen que es el camino que conduce al paraíso. Esa actitud es generalmente dogmática, porque cree que el mejor de los mundos lo es para todas las clases sociales, sexos, etnias, etcétera, lo cual no puede no ser una simplificación.
Uno de los temas tratados por Russell es el miedo. ¿Qué es, en palabras sencillas, el miedo? Es la congoja por lo que todavía no llegó (y que probablemente nunca llegue). Así, el ser humano vive pensando en lo que le podría ocurrir en el futuro (falta de comida, escasez de agua, pérdida del empleo, la muerte prematura, etcétera), y a veces sufre más por lo que no ha ocurrido que por las penurias de su presente. El miedo, según Russell, lleva a la violencia, y lo que hacen las ideologías es atizarlo en la conciencia colectiva. Es por eso que el miedo inmoderado, primero, nos arrebata la racionalidad y, segundo, nos hace seres propensos a la violencia.
Como dije más antes, creo que la duda, llevada a sus extremos, puede resultar contraproducente, pues puede anular la identidad propia, la religión (o la espiritualidad), la herencia cultural u otras cosas más de ese tipo que sé que son importantes para los seres humanos en el momento de encontrarle un sentido a la vida. Pero un poco de espíritu escéptico en sociedades todavía incivilizadas —como la nuestra— pienso que resultaría saludable. Si eres nacionalista, duda de tu ideología; si eres capitalista, pon en entredicho tus postulados. Y lo mismo si eres feminista o anarquista. Es que el mundo es muy complejo —cada vez más— como para que las ideologías humanas, hechas siempre a priori, puedan solucionar los problemas de este mundo sumamente poblado y difícil.
Como decía el historiador Heródoto, uno se comprende mejor a sí mismo en el espejo del otro, en el retrato que el otro me da sobre mí. Cuando escribió sus Historias, el escritor griego se puso en la postura del escepticismo y la duda, pues creyó que los griegos no dirían la verdad total y, en cambio, optó por contar la historia a partir de las perspectivas fenicia y persa, prescindiendo de la versión o la mirada griega. Creo que es esa actitud, plasmada hace casi 2.500 años por el escritor de Halicarnaso, puede servirnos para tratar de leer la realidad contemporánea en este nuestro mundo inundado de información y mentiras. La duda —saber que nada se sabe, como hacía Sócrates— puede llevarnos a una convivencia más civilizada.
Ignacio Vera de Rada es profesor universitario.