lunes, noviembre 25, 2024
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A propósito del Día de la mujer boliviana

Antonio Edgar Moreno Valdivia

Ibet Martha Moreno Valdivia

 

Como resultado de un sistema patriarcal, la mujer a lo largo del desarrollo de la sociedad siempre ha estado sometida a una situación de dependencia, subordinación, discriminación, marginalidad y de violencia en sus diferentes manifestaciones. A pesar de que estos males sociales, producto de la desigualdad e inequidad de género, provocan graves repercusiones individuales, familiares y sociales, la preocupación estatal por la situación de la mujer es relativamente reciente. Se tuvo que esperar hasta finales del Siglo XVIII para que el Estado y la sociedad intervengan favorablemente en la vida de las mujeres a través de la promulgación de una serie de disposiciones legales a favor de este grupo poblacional tradicionalmente vulnerable, posteriormente a partir de las década de los setenta y ochenta del Siglo XX surgen una serie de instancias, instrumentos y acuerdos internacionales que ponen mayor énfasis en la protección, defensa y promoción de los derechos de las mujeres. En esta directriz analítica destacar la pionera labor de la revolucionaria francesa Marie Gouze Olympe de Gouges, defensora de las mujeres y autora de la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana en 1791. Asimismo, resaltar la Declaración Universal de los Derechos humanos, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1948 y la Convención de las Naciones Unidas sobre Eliminación de Todas Formas de Discriminación contra la Mujer adoptada en 1979.

En el caso boliviano, la preocupación por la situación de la mujer formalmente nace en la década de los ochenta a partir la promulgación de una serie de disposiciones legales y la conformación de varias instituciones sociales encargadas de la atención, prevención y la protección de las mujeres contra situaciones de discriminación, marginalidad y violencia. Leyes e instituciones que con el transcurso del tiempo serán modificadas por otras nuevas, como es el caso de la promulgación de la Ley Nº 348 “Ley Integral para Garantizar a la Mujeres una Vida libre de Violencia” y la conformación del Sistema Integral Plurinacional de Prevención, Atención, Sanción y Erradicación de la Violencia en Razón de Género. Sin embargo, a pesar de estos esfuerzos se tiene la impresión de que solamente se ha avanzado en el “papel”, pues se advierte una serie de discrepancias entre lo regulado legal e institucionalmente y los valores y los hechos que en realidad cotidiana se generan en personas y grupos poblacionales que se intenta proteger.

En el ámbito de las representaciones sociales, la imagen de “ser mujer” resulta ser una construcción social que adquiere distintos significados según su desenvolvimiento histórico, temporal y espacial. Esto significa que el “ser mujer” no es algo univoco, único, eterno y preciso. Bajo esta directriz analítica, se considera que el concepto mismo de “mujer” requiere de una revisión conceptual debido a que reviste una serie de variedades en su sentido y significado según lugar y época y según género y clase. Esto significa que socialmente no se comparten las mismas definiciones o significados sobre el status, la naturaleza, las funciones, las necesidades, las responsabilidades y los roles de la mujer. No es lo mismo ser mujer en países desarrollados o en países subdesarrollados, en clases sociales privilegiadas o en clases sociales empobrecidas y postergadas o en áreas urbanas o en contextos rurales. Asimismo, no es lo mismo ser mujer blanca, mestiza, negra, adulta, joven, adolescente o niña. En función de estas realidades descritas, expresar que el “ser mujer” se constituye en una representación social que es producto de determinadas relaciones sociales y de ciertas pautas culturales que se diferencian en el tiempo y el espacio.

La representación o construcción social de “ser mujer” esta signada por un sistema de opresión y una subordinación económica, social, cultural, política, sexual e ideológica que, si bien se da a escala mundial, se expresa de manera más crítica en los países subdesarrollados y en las clases sociales más deprimidas. En el contexto boliviano, donde prevalece una lógica patriarcal, la mujer a pesar de constituirse en una importante proporción de la población total, tradicional e históricamente siempre se ha desenvuelto en condiciones de pobreza, exclusión, subordinación, discriminación, marginalidad y explotación, es decir, la mujer nace y crece en una situación de desventaja respecto al hombre.

La mujer en Bolivia vive una realidad patriarcal heredada que le afecta negativamente en el ámbito económico, social, político, cultural e ideológico y que a la vez la ubica de manera marginal en la vida, desde donde participa ofreciendo el servicio que socialmente se “espera de ella” como mujer/adorno, mujer/amante, mujer/madre y mujer/compañera. El “ser mujer” no solamente implica una cuestión biológica, sino que necesariamente responde a ciertos valores, patrones y modelos culturales. En consecuencia, para la mujer que nace y se desarrolla en el país, su destino está marcado por factores tales como la raza, la etnia, el status, el nivel social, pues no es lo mismo nacer blanca que negra, o india, nacer pobre o rica, nacer en el campo o la ciudad. Asimismo, su destino se encuentra ligado al hombre como hermana, hija, esposa o compañera y se espera que ella sea suave, intuitiva, sentimental, débil, impulsiva, bonita, monógama, fiel, hogareña, temerosa, sumisa, dependiente, y llorona.

No solamente en el día consagrado a la mujer boliviana en homenaje al nacimiento de Adela Zamudio, pionera del feminismo en Bolivia, se debe reflexionar sobre la situación de las mujeres bolivianas que a diario enfrentan múltiples barreras y amenazas. Es preciso entender que uno de los principales obstáculos para establecer una sociedad más justa, más vivible y más equitativa es la prevalencia de un sistema patriarcal con diferentes manifestaciones machistas. Por esta razón, es preciso “deconstruir” el  conjunto de símbolos, significados, identidades, representaciones, actitudes y prácticas patriarcales y machistas que los diferentes actores sociales e institucionales cotidianamente en diferentes espacios tanto públicos como privados crean, recrean, construyen y legitiman cultural y socialmente, porque son precisamente estos elementos subjetivos, vinculados a desigualdades e inequidades de género,  los que dan lugar al establecimiento de relaciones asimétricas de poder a partir de las diferencias entre hombres y mujeres.

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