martes, julio 16, 2024
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El autoengaño y la política

Un aforismo común entre las consultoras de preferencias político-electorales y marketing de opinión, dice ser posible mentirle a cualquiera menos a uno mismo. Sin embargo, aquello no es tan cierto, también podemos autoengañarnos, es decir, mentirnos a nosotros mismos sin aceptarlo.
Don Quijote, por ejemplo, en sus afanes de socorrer a los menesterosos y enderezar entuertos, atribuía sus fracasos a malignos sabios persiguiéndole montados en densas nubes para sabotear sus hazañas.
Como sea, el autoengaño no es de locos. Con frecuencia lo hacemos inflando nuestras virtudes buscando apreciar la autoestima para salir de un bache o depresión en la vida; o inflando nuestras destrezas laborales y meritocracia en pujas por consultorías, becas, cargos, etc., cobrando conciencia de habernos mentido acerca de lo que somos capaces de hacer ya metidos en camisa de once varas.
Sin duda, el autoengaño conlleva la fuerza que nos impele a emprender una u otra empresa desconociendo su eventual desenlace, pero suponiendo la benevolencia del albur para con éste, a decirnos ¡puedo hacerlo! y con ello a arriesgarnos. Entonces, de por sí, el autoengaño no es bueno, ni malo ¿Qué hace a sus consecuencias devenir benévolas o perniciosas, tanto para uno, como para la comunidad?, acaso ¿la dosis de su intensidad y duración?
Como vivencia, podríamos situar al autoengaño en la antípoda del desengaño. Y según el diccionario, el “desengaño” es: “conocimiento de la verdad con que se sale del error; efecto de ese conocimiento en el ánimo; lecciones recibidas por experiencias amargas, etc.”.
Nadie es inmune al autoengaño, ni siquiera los científicos, de quienes cabría esperar la opinión más prudente y veraz, siempre vertida de la mano de la razón, están a salvo. Basta recordar a Johannes Kepler (1571-1630) asegurando que las matemáticas eran el lenguaje predilecto de Dios, porque según sus cálculos, los cinco planetas conocidos giraban en círculos concéntricos, cada uno, en el interior de uno de los cinco polígonos regulares pitagóricos. Sólo luego de mucho trabajo y angustia, aceptó el sentido disparatado de sus órbitas circulares, descubriendo en su lugar las trayectorias elípticas de las órbitas planetarias.
Hoy, muchos científicos se autoengañan al pensar que están por lograr ese gran descubrimiento que les valga la fama.
Si hay autoengaño individual, también lo hay colectivo. Sartre calificó a la izquierda francesa como la “pequeña burguesía autoengañada”, no por su anclaje clasista entre los asalariados de cuello blanco e intelectuales independientes; sino porque al atribuirse conocer los verdaderos intereses y la misión histórica del proletariado, y aspirar muñidos con aquella convicción a conducirlo a la revolución comunista, asumían acciones de hecho, en las que los proletarios eran los grandes ausentes.
Y en Bolivia la tradición del autoengaño colectivo es muy rica en la política. Seguimos responsabilizando al imperialismo petrolero por la Guerra del Chaco y echando la culpa a la petrolera Standard Oíl por los desastres en el campo de batalla, cuando ni el uno ni la otra fueron las causas de aquellos amargos hechos.
Así, no ha de extrañarnos cómo nuestro presidente Luis Arce la tiene tan fácil vendiéndose como sinónimo, no digamos ya de prosperidad, pero sí cuando menos de “estabilidad”. En efecto, cundiendo la vocación para el autoengaño, puede decirnos, “tocamos fondo con el gas, pero la industrialización avanza”, “el desempleo es del 3%”, no hay parásitos en el sector público, ni déficit fiscal y si algo va mal es por culpa del imperialismo. ¡Y todos tranquilos!

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