Las odiosas políticas ambientales de Evo Morales, contenidas en un paquete de leyes que en nada honran al muy mentado respeto por la Madre Tierra, sin duda son en parte culpables del catastrófico deterioro que el ecosistema ha sufrido en Bolivia, cuya reparación demandará siglos, siempre que la idiotez humana haya desaparecido y su respuesta a los estímulos de la razón y aunque sea del puro instinto de supervivencia, se hayan recuperado.
La actividad minera en todo el mundo, dependiendo de la tecnología utilizada y de las prácticas de gestión ambiental (campos en los que nosotros estamos en la Edad Media) en grados distintos, fatalmente provoca una degradación ambiental. Y es que, tentados por el materialismo, los humanos hemos perdido la capacidad de razonar que una explotación minera no puede pasar inadvertida para la sabia naturaleza, si de ella, que aparenta inofensiva, se extrae materiales depositados por la misma naturaleza desde hace millones de años. El resultado no puede ser otro que el desencadenamiento de una serie de efectos derivados de la furia con que se defiende ante los ultrajes que sufre.
Y cuando hablamos de aquel conjunto de leyes denominadas “incendiarias”, estamos hablando de las que están provocando que millones de hectáreas de bosque —como del Parque Nacional Madidi, hogar de una de las mayores biodiversidades con que el mundo cuenta, o de zonas riquísimas en fauna silvestre y de asombrosas especies botánicas, como Santa Cruz o el Beni— hayan superado la línea de la amenaza a sus fronteras agrícolas, convirtiendo sus frondosas selvas en cocales o en cenizas de osamentas de toda especie que a medio vivir se han rendido a la maldad humana. El fuego es el arma, pero el verdugo es el hombre que, por otra parte, destruye a la juventud con la producción de cocaína, que es el motivo por el que quienes cultivan la “hoja sagrada” que, a la hora de hacer un balance de su utilidad, no hay duda de que es más nociva que medicinal.
“Bajo el cielo más puro de América”, que es el primer verso del himno a Santa Cruz, hoy no es más que un artificio soñador de su autor. Hoy su cielo es una bóveda de humo infecto y que, junto con La Paz, suman por lo menos la mitad de la población nacional, hace que sus habitantes estén respirando un aire altamente contaminado desde hace varios meses, ¡cuánta hipocresía!: prohibiendo vehementemente desde el nivel central las fogatas de unas horas en San Juan, cuyo daño ambiental comparativamente no representa ni la milésima parte de lo que la explotación minera, la ampliación de la frontera agrícola, los chaqueos y el incendio criminal de bosques, ocasionan.
Existen en el mundo muchos países cuyas superficies son más pequeñas que los territorios inutilizados en Bolivia como fruto del ecocidio del que gobernantes y gobernados son responsables ante la naturaleza, el universo y la creación. Todas las autoridades, por incapacidad y los súbditos chinos que trafican colmillos de jaguar, no pueden merecer otro calificativo que ecocidas, biocidas o asesinos del planeta. Aquellos que exportan ilegalmente aves exóticas que solo hubo en Bolivia y los que han permitido que más de seis millones de animales silvestres queden carbonizados en los incendios por los que el Estado tan defensor de la Pachamama no haga más defensa que ante los inútiles viajes a NNUU, todos ellos tienen una deuda con el aire que los demás respiramos, con el agua que consumimos, con el calor antinatural que soportamos, y tienen mucho que ver con las muertes humanas que por esas causas se producen.
En los últimos años se han decomisados 760 colmillos de jaguar de chinos alentados por las impunes formas de depredar el medioambiente; pero eso no resuelve el problema. El problema es que esos dientes alguna vez estuvieron en boca de majestuosos 190 jaguares… hoy muertos.
¡Quién detiene esta vocación criminal de la humanidad para acabar con su propio hábitat! Los rayos del sol, que un día eran tan benéficos, hoy son asesinos en potencia. El agua, que en otros tiempos bebíamos directamente del arroyo, hoy es altamente peligrosa… ¡aún potable y hervida! Año tras año las lluvias se hacen más escasas y las que caen en ciudades como La Paz producen desastres, también debido a la codicia que se empeña en hacer meseta lo que naturalmente era serranía. ¡Pobre mundo!
Augusto Vera Riveros es jurista y escritor.