domingo, julio 7, 2024
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¡Vade retro, Nicolás!

Presagiando una invasión venezolana a la Guayana Esequiba, al fragor de ese ímpetu que suele caracterizar a los tiranos cuando la impopularidad ha socavado sus bases políticas, hace varios años advertimos sobre la eventualidad de este peligro, basándonos en la necesidad perentoria del castrochavismo de revertir esa creciente pérdida de aceptación y, como un factor aglutinante que despierte los sentimientos nacionalistas de su pueblo. Para lograr dicho objetivo, qué mejor estrategia que valerse del centenario reclamo venezolano sobre los territorios del Esequibo, cuya solución pacífica durmió el sueño de los justos en algún cajón de la Secretaría General de las Naciones Unidas, de donde fue llevado hace unos días, por la emergencia citada, a la Corte Internacional de Justicia de La Haya.

Aceptando esta teoría como factible; a la fecha, el teatro de operaciones ha variado diametralmente, ya que, a las razones políticas que lo impulsan, se suman los intereses de orden económico, como las del reciente descubrimiento de unas enormes reservas de petróleo, quizás mayores a las actuales de Venezuela, donde han puesto el ojo los cubanos, al haberse reducido notablemente el obsequio de 113.000 barriles día, que graciosamente el mico-mandante Chávez les donaba.

Como dichos dineros provenían de un bolsillo de libre disponibilidad y casi en su totalidad iban destinados al culto de la personalidad del orate, casi nunca ingresaron con asientos contables fáciles de detectar. De ahí que los créditos se confundieron con donativos y viceversa. La empresa venezolana del petróleo (PDVSA), la gallina de los huevos de oro, fue convertida en el pato de la boda, para subvenir semejante derroche de fondos, ya que, a finales de 1998, cuando empezó este festín producía 3.200.000 barriles de petróleo por día y hoy, gracias a la misma fórmula del Socialismo del Siglo XXI que los bolivianos aplicamos en varias empresas estatales, según la OPEP produce sólo 690.000 barriles diarios.

Entretanto, en momentos de redactar la presente entrega, Nicolás Maduro ha convocado a los venezolanos a un referéndum con cinco preguntas que, sin el temor a equivocación, serán absueltas afirmativamente, de forma de dar al tirano el suficiente apoyo para lanzar una aventura similar a la putinesca en Ucrania.

La amenaza de un conflicto armado está latente y serán los mandos militares venezolanos los que tengan la última palabra. La oficialidad y parte de la tropa están altamente politizadas a favor del castrochavismo, cuya intervención se materializa mediante una suerte de comisarios políticos, que visitan sorpresiva y periódicamente las guarniciones, ungidos con más autoridad que los propios comandantes de unidad. Sin embargo, ellos son conscientes de no haber escuchado el silbido de una bala desde hace más de un siglo, cosa que no se da con ejércitos como el colombiano, que combate a diario desde hace más de seis décadas y menos, por supuesto, con los bucaneros británicos, que defienden a sangre y fuego sus pertenencias de ultramar, como lo demostraron en la triste experiencia argentina de las “Islas Malvinas”. De ahí que cabe advertir a Maduro, con esa célebre sentencia cristiana que reza: ¡Vade retro, Nicolás!

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