Hace dos semanas, el cocalero Morales admitió que él y sus cocaleros viven de incendiar los bosques de Bolivia para vender las tierras y ahora reconoce que él decidió lo que debe hacer la justicia con Jeanine Añez.
Ha dejado de ser presidente, pero sigue siendo dictador en un país donde el Estado ha sido destruido por su estrategia de crear el Afganistán de Sudamérica.
Algunos se preguntan cómo es que los bolivianos seguimos tolerando que un corrupto iletrado y amoral siga actuando como dictador después de haber sido expulsado del país por las protestas de 2019.
Una revuelta nacional como no se había visto jamás, ni siquiera en 1952, decidió expulsar al dictador, pero cuando él fugó, quienes debían haber convertido esa insurrección en una revolución demostraron ser unos enanos.
En lugar de cerrar el parlamento, poner en vigencia la Constitución anterior, convocar a la Corte Nacional Electoral para que convoque a nuevas elecciones y proscribir al partido que había cometido fraude, los conductores de la herencia mostraron que no eran aptos para manejar semejante proyecto.
Quizá la única que se libre de la crítica sea la señora Jeanine Añez, que en esas horas de 2019 estaba reunida con unas amigas en Trinidad, cuando, de pronto, comenzó a sonar su teléfono.
Lo cuenta ella en su libro “Jeanine de puño y letra”, donde relata cómo fue que ella llegó a La Paz en un vuelo comercial y fue llevada en helicóptero a la zona sur, alojada en la casa de una policía que, en 2021, se convertiría en su carcelera y torturadora.
Los abogados del cocalero dicen que ella estuvo conspirando para llegar a la presidencia y provocar que el cocalero escape como un cobarde, pero todos sabemos que si huyó fue porque sospechaba que había estallado una revolución.
Los heroicos conductores del proyecto masista se metieron bajo las polleras de la embajadora de México, en espera de que se les anuncie un juicio de responsabilidades por las atrocidades que habían cometido.
Toda esa frustración pesa ahora en la bronca de los bolivianos que participaron en aquella gesta jamás vista en el país, pero que terminó siendo un elefante que parió un ratón.
De todos modos, la bronca está intacta, o ha crecido con las chambonadas del heredero del masismo, y ahora está esperando que aparezca el que podría ser el conductor de una nueva epopeya.
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