En un arrebato de lucidez, me gané la inmortalidad del alma, recitando versos de protesta en presencia del tirano olvido, una rebeldía tan tenaz como la que poseía el ilustre “Cañoto”.
Siendo merecedor de su codiciado talento, me deslicé por las Lomas de Arena, entregándome al rimpolio que produce Vallegrande, y embriagado de libertad declamé: “no tengo miedo al destierro, porque desterrado vivo”.
La ambrosía que destilaba su boca, la bebí directamente de sus labios, preservando su recuerdo en la tutuma de mi nostalgia, para cuando esté a punto de abandonar la viveza de sus caricias, aferrarme a su ferviente deseo.
Fueron noches de oscilación anatómica, guiadas por la Tamborita de sus latidos, hasta el albo de sus sábanas resaltaba sus verdes caderas, componiendo un Taquirari saudade imposible de replicar, pues su paraíso esa noche fue la auténtica Tierra Sin Mal.
Destinados a vernos por separado, mi mente deambulaba por sus anillos, evocando los poemas que nacieron en sus calles, añorando el roce de las flores que brotan en Wynwood. Antesis de encanto salvaje, Santa Cruz de la Sierra siempre será un frenesí de emociones fluctuantes, mixtura de belleza descomunal y clima tropical.
La moraleja del asunto, ya la dijo Sharif: “no existe mujer que no sepa coser un corazón roto”, porque al atizar su fuego, resurgí de las cenizas adoptando la forma de un ser mitológico. Levanté el vuelo en Las Llanuras del Grigotá, conquistando la altura que sofoca a los mortales, y pese a la incertidumbre, al final pude ver la alborada de Nuestra Señora.
El roce del diablo jamás fue tan placentero, como lo fue aquella tarde calurosa, un tañido de arpa que se fue elevando hasta alcanzar las notas de un carnyx, presagiando así, el fin de nuestro mundo. La sequía abrió una grieta en su suelo trigueño, perturbando mi corazón, sumiéndome por varias noches en una profunda reflexión; la efervescencia ignora los consejos de la razón.
Al reflejarme en sus ojos, me convencí que formaba parte del aprendizaje que nos quedó pendiente en otra vida, porque al besar las plantas de sus pies, enseguida supe que se marcharía, un engaño mnésico de otra relación kármica; suspendido en el borde de su abismo, la tierra empezó a trepidar, dejando al descubierto los puntos débiles de su signo lunar.
Consumada la obra, el cielo soltó un aguacero, como la primera vez que la vi nerviosa, mientras se cubría con un vestido negro, las estrellas adornaron su figura, igualando el influjo que tiene Nix sobre el inframundo, semejante a un teatro paceño, atiborrado de actores celosos que maldicen al escritor del mejor guion; una intensa aversión que todavía me genera satisfacción.
Llevaba consigo un aura de soul que controlaba a sus demonios, pues a pesar de vivir en constante conflicto me dio la bienvenida, abriéndome paso en su jardín de hollies y semillas de lotería, una amenaza latente oculta entre sus piernas de cerámica; hechizado por su misticismo y sus hoyuelos de Venus, mi mente comenzó a fantasear, en busca de las diosas del bienestar.
El autor es Comunicador, poeta, artista.