sábado, septiembre 28, 2024
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El diario de Darío

Mario Malpartida

Tengo un perro ciego, quedó así después de una afección a la que el veterinario llamó desprendimiento de retina y presión ocular, resultado de una picazón de garrapata. De pronto quedó parado, sonámbulo, perdido, lánguido y deprimido, flotando en la frondosidad de la nada.
Después de muchos golpes en muebles y muros, aprendió a moverse y guiarse por sentido de orientación y olfato. Se me ocurre que no necesita dormir porque siempre está en las tinieblas, sabe dónde encontrar el agua y sus croquetas. Solamente escucha ruidos, e identifica las uñas que le rascan la panza. Antes corría a campo abierto, hoy vive en un departamento; la gente que me visita se refiere cariñosamente como “el cieguito”. Mi perro no podrá ver las luces del arbolito, ni las luciérnagas del anochecer, tampoco las velas que arderán enfrente del nacimiento. Tiene manchas en los ojos, recibió gotas de plasma, con poco buen resultado. No sabemos si para él existe el día y la noche; se le nota pensativo, sumido en su penumbra, en su eterna oscuridad; pelo liso color castaño, orejas caídas, cruce de varias razas, pero grande de tamaño y de buen ladrar, cuando le acarician, echado en el suelo, encoge las patas delanteras, intenta cerrar los ojos para cambiar de noche. Tiene amistad con los árboles, las flores y las hierbas cuando sale a pasear. Seguramente imagina la altura de las ramas, el color de los pétalos y el verdor de la hierba húmeda, recuerdos de aquel tiempo hermoso cuando corría, saltaba, ladraba y jadeaba espantando a las palomas. Eso es cuanto viene sucediendo con Lucky, mi perro ciego.
Es sábado y a media mañana abro el libro para recordar los hechos relatados por José Saramago en su libro sobre la ceguera: le sucedió a un hombre mientras esperaba el cambio de luces en el semáforo de una esquina, así de forma imprevista, perdió la vista, repentinamente comienza a ver todo blanco. Cuando logran abrir las puertas del automóvil, lo primero que escuchan decir al hombre -estoy ciego-. Está desesperado.
“Ensayo sobre la ceguera” es una metáfora visionaria sobre la irracionalidad humana actual. La novela “plasma, critica y desenmascara a una sociedad podrida y desencajada”, hay dichos que no tienen tiempo y pueden ser aplicables ahora mismo, aquí y ahora. “Ensayo sobre la ceguera” es una novela política, que muestra la perplejidad de los que no perciben la plaga que les está sobreviniendo; es una explicación narrativa de la vacuidad de la política cuando no tiene en cuenta los problemas reales de la sociedad.
Los hombres están ciegos, se mueven como autómatas, reciben órdenes que cumplen sin preguntar por la razón de esas indicaciones, y la sociedad se sumerge, así, en un letargo cuya metáfora es esta ceguera. Como dice un biógrafo amigo del escritor, “habría que leerla después de ver los noticieros de la televisión”, pues es una indagación en el ser humano, envuelto en la ceguera del mundo contemporáneo, es una gran metáfora visionaria sobre la irracionalidad contemporánea, provocada en ocasiones por un “agitador de conciencias”.
Es una novela donde el personaje principal es la mujer del médico, que simula estar ciega para acompañar al marido y relatar cuanto ve en ese mundo de ciegos, en un sanatorio que aumenta de número por una pandemia. Maltratos, muertes, incendios…
La moraleja al acabar de leer “Ensayo sobre la ceguera” es que quienes realmente están ciegos son los gobernantes que simulan ignorar las necesidades, y dejan sin solucionar los problemas sociales. Saramago traza en este libro una imagen conmovedora de los tiempos que estamos viviendo. “Pienso que todos estamos ciegos. Somos ciegos que pueden ver, pero que no miran”, asegura el autor.
Necesario es que, en la vida, unos con otros, y sobre todo los que gobiernan, tengan en cuenta, cuando miran; presten atención, cuando escuchan.

El autor es periodista.

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